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Los Reyes Magos-de un anónimo
- Sois muy buenos, queridos Reyes Magos, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme:
¿Qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?
- ¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas.
Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño
que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes, no existen tantos.
- No os preocupéis por eso -dijo Dios.
- Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.
- ¡Sería fantástico! Pero ¿cómo es posible? -dijeron a la vez los tres Reyes Magos con cara de sorpresa y admiración.
- Decidme,¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? -preguntó Dios.
- Sí, claro, eso es fundamental -asistieron los tres Reyes.
- Y ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?
- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje -respondieron cada vez más entusiasmados los tres.
- Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?
Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír:
- Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes Magos de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, Yo ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del Belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más felices.
Cuando el padre de Blanca hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo:
- Ahora sí que lo entiendo todo papá.. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado.
Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía:
- No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero.
Y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.
¿Qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?
- ¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas.
Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño
que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes, no existen tantos.
- No os preocupéis por eso -dijo Dios.
- Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.
- ¡Sería fantástico! Pero ¿cómo es posible? -dijeron a la vez los tres Reyes Magos con cara de sorpresa y admiración.
- Decidme,¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? -preguntó Dios.
- Sí, claro, eso es fundamental -asistieron los tres Reyes.
- Y ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?
- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje -respondieron cada vez más entusiasmados los tres.
- Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?
Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír:
- Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes Magos de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, Yo ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del Belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más felices.
Cuando el padre de Blanca hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo:
- Ahora sí que lo entiendo todo papá.. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado.
Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía:
- No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero.
Y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.
Estimado Francisco Ramirez:
He leído con atención e interés sus dos artículos sobre Moscú. Me han parecido buenos, verdaderos aunque un poco ingenuos (se lo digo sin querer ofender). Sería porque soy ruso y moscovita. Para mí todo eso es habitual. Conozco bien mi ciudad y la vida en ésta, estoy acostumbrado. Además, como por todas partes: hay cosas buenas y hay cosas malas. ¡Qué el Dios le guarde de las últimas! En realidad pienso que Usted ha captado lo principal: mucha gente en el extranjero todavía tiene en la cabeza viejos moldes estereotipados, pero últimamente aquí se cambió todo. Los hombres también.
A propósito, con respecto a cibercafés no estoy del todo de acuerdo. Los hay pero no tanto cuanto quisiéramos. Pero al mismo tiempo son populares sólo entre muy jóvenes. Efectivamente, ahora cada uno quien desee, puede instalar la Internet en su casa propia. Y lo ha hecho la mayoría de mis conocidos, por ejemplo. Asimismo en el trabajo casi todos (los que trabajamos en oficinas) tenemos acceso a la Red. Hay muchos proveedores, el costo no es grande: como promedio de 300 a 600 rublos al mes (10-20 USD) en dependencia de la velocidad, la conexión es gratis.
A decir verdad, me interesaría llegar a conocer su opinion final cuando Usted pase en Moscú más tiempo, de ser posible salga al interior. ¿Se habría cambiado la primera impresión?
Finalizando le diré que sus notas, sin duda, serán útiles para sus compatriotas y otros habitantes latinoamericanos (en especial, los que planean venir acá) para formarse en cierto grado una nueva imagen de la Rusia de hoy. Lo que es cierto es que los osos no deambulan por las calles de la capital. :-) Y… ¡qué aprendan un poquitico el ruso! Creo que a mí eso me lo pasaría igual si yo llegara a China. :-))
Espero leer la continuación.
Sin más, sinceramente, Eugenio Morozov.
He leído con atención e interés sus dos artículos sobre Moscú. Me han parecido buenos, verdaderos aunque un poco ingenuos (se lo digo sin querer ofender). Sería porque soy ruso y moscovita. Para mí todo eso es habitual. Conozco bien mi ciudad y la vida en ésta, estoy acostumbrado. Además, como por todas partes: hay cosas buenas y hay cosas malas. ¡Qué el Dios le guarde de las últimas! En realidad pienso que Usted ha captado lo principal: mucha gente en el extranjero todavía tiene en la cabeza viejos moldes estereotipados, pero últimamente aquí se cambió todo. Los hombres también.
A propósito, con respecto a cibercafés no estoy del todo de acuerdo. Los hay pero no tanto cuanto quisiéramos. Pero al mismo tiempo son populares sólo entre muy jóvenes. Efectivamente, ahora cada uno quien desee, puede instalar la Internet en su casa propia. Y lo ha hecho la mayoría de mis conocidos, por ejemplo. Asimismo en el trabajo casi todos (los que trabajamos en oficinas) tenemos acceso a la Red. Hay muchos proveedores, el costo no es grande: como promedio de 300 a 600 rublos al mes (10-20 USD) en dependencia de la velocidad, la conexión es gratis.
A decir verdad, me interesaría llegar a conocer su opinion final cuando Usted pase en Moscú más tiempo, de ser posible salga al interior. ¿Se habría cambiado la primera impresión?
Finalizando le diré que sus notas, sin duda, serán útiles para sus compatriotas y otros habitantes latinoamericanos (en especial, los que planean venir acá) para formarse en cierto grado una nueva imagen de la Rusia de hoy. Lo que es cierto es que los osos no deambulan por las calles de la capital. :-) Y… ¡qué aprendan un poquitico el ruso! Creo que a mí eso me lo pasaría igual si yo llegara a China. :-))
Espero leer la continuación.
Sin más, sinceramente, Eugenio Morozov.
¡Que horrible! es ser una buena persona nada más porque crees que allá arriba hay un Dios que te va a castigar si eres malo.
¡Que horrible! que tu bondad, tu generosidad y tu capacidad de hacer bien, existan nada más porque eres un tonto convencido de que haces méritos para entrar a un paraíso, porque solo quieres quedar bien con un ser que crees que te puede partir en dos con un rayo, en vez de hacerlo por convicción, porque deseas ser un buen tipo.
¡Que fea es la gente!, en especial la mayor, que conduce su espiritualidad con la misma hipocresía de alguien que intenta conseguir un puesto en digamos... una empresa codiciada, porque, si el cielo existiera y se manejara con esa misma falsedad invisible de la que adolecen muchos creyentes, el cielo previsiblemente sería un lugar de mierda, donde todos se portarían bien los primeros cinco días y después, cuando ya tienes el puestico asegurado, demuestras quien eres en verdad y, empieza el desnalgue, como si tú fueras un malandro que migró a un país del primer mundo y estás teniendo buena conducta para quedar bien con los de migración y tu supuesta fachada, está en real como uno de esos curriculums agrandados.
¿Así es el cielo? insisto, ¡que miserable y trágico me resulta un creyente!, que sigue ciertas reglas de humanismo, bondad y bien porque espera algo a cambio, no porque le nace ser así, sino porque espera una recompensa. Defienden la existencia de Dios, dicen creer en él y sin embargo lo tratan como si fuera... un papá idiota, que no puede ver como eres, ignoran el hecho que se supone, dice la leyenda, que Éeeel, sabe qué estás pensando y sabe qué sientes y cómo lo sientes y por lo tanto es imposible engañarlo. Pero tal como diste al defecto por excelencia del creyente arquetípico promedio, prefieren engañarse a si mismos. Engañarse creyendo que hacer algo bueno por conveniencia es los mismo que hacerlo por que te nace... del corazón.
¿Alguna vez han visto a uno de esos asquerosos maleantes persignándose antes de llevar a cabo un asalto, a veces incluso un asesinato?... Hay mucha gente ignorante que intenta ganarse en favor de Dios, o peor, que le pide que algo salga bien, ¡Gracias a Dios que el equipo de mi hijo ganó! - entonces, Dios estaba en contra del equipo de los otros niños -
¡Gracias a Dios que yo me quedé con el trabajo! - ¿entonces Dios quería que los demás se quedaran sin trabajo? - en especial si alguno probablemente lo merecía más que tú.
!Ay, gracias a Dios que mi casa no se calló después del terremoto! - ¿Quiere decir que Dios tiene preferencia por ti, no por tu vecino? - quizás el vecino sea violador de niños y por eso su casa se calló en el terremoto mientras que otras no. -
Eliges creer en la idea más estúpida e absurda en vez de lo lógico, como por ejemplo, algunos ganan porque jugaron mejor simple y llanamente, saliste bien de la operación porque el doctor fue un buen doctor, no porque Dios te quiso salvar a ti, mientras que hay niños con tumores dos pisos más abajo.
¿Por qué no escoges a un paciente de cáncer de hígado al que le diagnosticaron metástasis y te pones a rezar para que se salve, para que veas que pasa al final?, ¿Porqué no hacemos un experimento masivo?, ¿Porqué no llamamos al Papa, al Ayatolá, a los Rabinos y a los profetas locos que salen aullando por la radio haciendo milagros?, ¿Por qué no imprimos todas y cada una de las imágenes de todos los santos que existen y las ponemos alrededor de éste enfermo de cáncer con metástasis?, ¿Por qué no preparamos un enorme espacio con diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta millones de creyentes rezando "El Padre nuestro",
cantando hosannas, clavando "Allahu Akbar"?, y poniendo toda la fuerza de esas 50 millones de cabezas juntas a pedir por la sanación de este sujeto, para que veas lo que indefectiblemente va a pasar al final, se va a morir el tipo y no solamente se va a morir, sino que además, él no va a sentir menos dolor que otro paciente
adoleciendo la misma enfermedad en otro hospital al que nadie le reza; Ah no, pero al final un chico que salió a pasear en bicicleta se calló, se fracturó una pierna lo llevaron rapidito al hospital, lo sanaron, al mes puede caminar y gracias a Dios que está bien. Ó que se fracturen cráneo ó que se enfermen de neumonía ó que le detecten a tiempo un cáncer de mama a la señora ó todas esas cosas si hubieran pasado hace cien años habrían firmado tu sentencia de muerte.
Es la medicina la que te salvó, porque el cirujano te operó; fueron diez años de carrera universitaria la que te salvaron y si crees lo contrario bien, cuando tengas un problema ve a la iglesia y no al hospital, pide le al cura que te opere y que éste a su vez le pida al Dios que dirija la mano que sostiene el bisturí, para que veas lo "bien" que va a salir de eso.
¡Que horrible! que tu bondad, tu generosidad y tu capacidad de hacer bien, existan nada más porque eres un tonto convencido de que haces méritos para entrar a un paraíso, porque solo quieres quedar bien con un ser que crees que te puede partir en dos con un rayo, en vez de hacerlo por convicción, porque deseas ser un buen tipo.
¡Que fea es la gente!, en especial la mayor, que conduce su espiritualidad con la misma hipocresía de alguien que intenta conseguir un puesto en digamos... una empresa codiciada, porque, si el cielo existiera y se manejara con esa misma falsedad invisible de la que adolecen muchos creyentes, el cielo previsiblemente sería un lugar de mierda, donde todos se portarían bien los primeros cinco días y después, cuando ya tienes el puestico asegurado, demuestras quien eres en verdad y, empieza el desnalgue, como si tú fueras un malandro que migró a un país del primer mundo y estás teniendo buena conducta para quedar bien con los de migración y tu supuesta fachada, está en real como uno de esos curriculums agrandados.
¿Así es el cielo? insisto, ¡que miserable y trágico me resulta un creyente!, que sigue ciertas reglas de humanismo, bondad y bien porque espera algo a cambio, no porque le nace ser así, sino porque espera una recompensa. Defienden la existencia de Dios, dicen creer en él y sin embargo lo tratan como si fuera... un papá idiota, que no puede ver como eres, ignoran el hecho que se supone, dice la leyenda, que Éeeel, sabe qué estás pensando y sabe qué sientes y cómo lo sientes y por lo tanto es imposible engañarlo. Pero tal como diste al defecto por excelencia del creyente arquetípico promedio, prefieren engañarse a si mismos. Engañarse creyendo que hacer algo bueno por conveniencia es los mismo que hacerlo por que te nace... del corazón.
¿Alguna vez han visto a uno de esos asquerosos maleantes persignándose antes de llevar a cabo un asalto, a veces incluso un asesinato?... Hay mucha gente ignorante que intenta ganarse en favor de Dios, o peor, que le pide que algo salga bien, ¡Gracias a Dios que el equipo de mi hijo ganó! - entonces, Dios estaba en contra del equipo de los otros niños -
¡Gracias a Dios que yo me quedé con el trabajo! - ¿entonces Dios quería que los demás se quedaran sin trabajo? - en especial si alguno probablemente lo merecía más que tú.
!Ay, gracias a Dios que mi casa no se calló después del terremoto! - ¿Quiere decir que Dios tiene preferencia por ti, no por tu vecino? - quizás el vecino sea violador de niños y por eso su casa se calló en el terremoto mientras que otras no. -
Eliges creer en la idea más estúpida e absurda en vez de lo lógico, como por ejemplo, algunos ganan porque jugaron mejor simple y llanamente, saliste bien de la operación porque el doctor fue un buen doctor, no porque Dios te quiso salvar a ti, mientras que hay niños con tumores dos pisos más abajo.
¿Por qué no escoges a un paciente de cáncer de hígado al que le diagnosticaron metástasis y te pones a rezar para que se salve, para que veas que pasa al final?, ¿Porqué no hacemos un experimento masivo?, ¿Porqué no llamamos al Papa, al Ayatolá, a los Rabinos y a los profetas locos que salen aullando por la radio haciendo milagros?, ¿Por qué no imprimos todas y cada una de las imágenes de todos los santos que existen y las ponemos alrededor de éste enfermo de cáncer con metástasis?, ¿Por qué no preparamos un enorme espacio con diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta millones de creyentes rezando "El Padre nuestro",
cantando hosannas, clavando "Allahu Akbar"?, y poniendo toda la fuerza de esas 50 millones de cabezas juntas a pedir por la sanación de este sujeto, para que veas lo que indefectiblemente va a pasar al final, se va a morir el tipo y no solamente se va a morir, sino que además, él no va a sentir menos dolor que otro paciente
adoleciendo la misma enfermedad en otro hospital al que nadie le reza; Ah no, pero al final un chico que salió a pasear en bicicleta se calló, se fracturó una pierna lo llevaron rapidito al hospital, lo sanaron, al mes puede caminar y gracias a Dios que está bien. Ó que se fracturen cráneo ó que se enfermen de neumonía ó que le detecten a tiempo un cáncer de mama a la señora ó todas esas cosas si hubieran pasado hace cien años habrían firmado tu sentencia de muerte.
Es la medicina la que te salvó, porque el cirujano te operó; fueron diez años de carrera universitaria la que te salvaron y si crees lo contrario bien, cuando tengas un problema ve a la iglesia y no al hospital, pide le al cura que te opere y que éste a su vez le pida al Dios que dirija la mano que sostiene el bisturí, para que veas lo "bien" que va a salir de eso.
El traje nuevo del Emperador
por Hans Christian Andersen
Hace muchos años vivía un Emperador que gastaba todas sus rentas en lucir siempre trajes nuevos. Tenía un traje para cada hora de día. La ciudad en que vivía el Emperador era muy movida y alegre. Todos los días llegaban tejedores de todas las partes del mundo para tejer los trajes más maravillosos para el Emperador.
Un día se presentaron dos bandidos que se hacían pasar por tejedores, asegurando tejer las telas más hermosas, con colores y dibujos originales. El Emperador quedó fascinado e inmediatamente entregó a los dos bandidos un buen adelanto en metálico para que se pusieran manos a la obra cuanto antes. Los ladrones montaron un telar y simularon que trabajaban. Y mientras tanto, se suministraban de las sedas más finas y del oro de mejor calidad.
Pero el Emperador, ansioso por ver las telas, envió el viejo y digno ministro a la sala ocupada por los dos supuestos tejedores. Al entrar en el cuarto, el ministro se llevó un buen susto “¡Dios nos ampare! ¡Pero si no veo nada!”. Pero no soltó palabra. Los dos bandidos le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos los colores y los dibujos. Le señalaban el telar vacío y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, sin ver nada. Pero los bandidos insistían: “¿No dices nada del tejido? El hombre, asustado, acabó por decir que le parecía todo muy bonito, maravilloso y que diría al Emperador que le había gustado todo. Y así lo hizo.
Los estafadores pidieron más dinero, más oro, y así lo hicieron. Poco después el Emperador envió otro ministro para inspeccionar el trabajo de los dos bandidos. Y le ocurrió lo mismo que al primero. Pero salió igual de convencido de que había algo, de que el trabajo era formidable. El Emperador quiso ver la maravilla con sus propios ojos. Seguido por su comitiva, se encaminó a la casa de los estafadores. Al entrar no vio nada. Los bandidos le preguntaron sobre el admirable trabajo y el Emperador pensó: “¡Como! Yo no veo nada. Eso es terrible. ¿Seré tonto o acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso”. Con miedo de perder su cargo, el emperador dijo: - Oh, sí, es muy bonita. Me gusta mucho. La apruebo. Todos de su séquito le miraban y remiraban. Y no entendían al Emperador que no se cansaba de lanzar elogios a los trajes y a las telas. Y se propuso a estrenar los vestidos en la próxima procesión.
El Emperador condecoró a cada uno de los bribones y los nombró tejedores imperiales. Sin ver nada, el Emperador probó los trajes, delante del espejo. Los probó y los reprobó, sin ver nada de nada. Y todos exclamaban: “¡Qué bien le sienta! ¡Es un traje precioso!”. Fuera, la procesión lo esperaba. Y el Emperador salió y desfiló por las calles del pueblo sin llevar ningún traje. Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz o por estúpido, hasta que exclamó de pronto un niño: - ¡Pero si no lleva nada! - ¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! Dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño. - ¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada! - ¡Pero si no lleva nada! – gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues sospechaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: “Hay que aguantar hasta el fin”. Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.
por Hans Christian Andersen
Hace muchos años vivía un Emperador que gastaba todas sus rentas en lucir siempre trajes nuevos. Tenía un traje para cada hora de día. La ciudad en que vivía el Emperador era muy movida y alegre. Todos los días llegaban tejedores de todas las partes del mundo para tejer los trajes más maravillosos para el Emperador.
Un día se presentaron dos bandidos que se hacían pasar por tejedores, asegurando tejer las telas más hermosas, con colores y dibujos originales. El Emperador quedó fascinado e inmediatamente entregó a los dos bandidos un buen adelanto en metálico para que se pusieran manos a la obra cuanto antes. Los ladrones montaron un telar y simularon que trabajaban. Y mientras tanto, se suministraban de las sedas más finas y del oro de mejor calidad.
Pero el Emperador, ansioso por ver las telas, envió el viejo y digno ministro a la sala ocupada por los dos supuestos tejedores. Al entrar en el cuarto, el ministro se llevó un buen susto “¡Dios nos ampare! ¡Pero si no veo nada!”. Pero no soltó palabra. Los dos bandidos le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos los colores y los dibujos. Le señalaban el telar vacío y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, sin ver nada. Pero los bandidos insistían: “¿No dices nada del tejido? El hombre, asustado, acabó por decir que le parecía todo muy bonito, maravilloso y que diría al Emperador que le había gustado todo. Y así lo hizo.
Los estafadores pidieron más dinero, más oro, y así lo hicieron. Poco después el Emperador envió otro ministro para inspeccionar el trabajo de los dos bandidos. Y le ocurrió lo mismo que al primero. Pero salió igual de convencido de que había algo, de que el trabajo era formidable. El Emperador quiso ver la maravilla con sus propios ojos. Seguido por su comitiva, se encaminó a la casa de los estafadores. Al entrar no vio nada. Los bandidos le preguntaron sobre el admirable trabajo y el Emperador pensó: “¡Como! Yo no veo nada. Eso es terrible. ¿Seré tonto o acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso”. Con miedo de perder su cargo, el emperador dijo: - Oh, sí, es muy bonita. Me gusta mucho. La apruebo. Todos de su séquito le miraban y remiraban. Y no entendían al Emperador que no se cansaba de lanzar elogios a los trajes y a las telas. Y se propuso a estrenar los vestidos en la próxima procesión.
El Emperador condecoró a cada uno de los bribones y los nombró tejedores imperiales. Sin ver nada, el Emperador probó los trajes, delante del espejo. Los probó y los reprobó, sin ver nada de nada. Y todos exclamaban: “¡Qué bien le sienta! ¡Es un traje precioso!”. Fuera, la procesión lo esperaba. Y el Emperador salió y desfiló por las calles del pueblo sin llevar ningún traje. Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz o por estúpido, hasta que exclamó de pronto un niño: - ¡Pero si no lleva nada! - ¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! Dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño. - ¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada! - ¡Pero si no lleva nada! – gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues sospechaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: “Hay que aguantar hasta el fin”. Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.
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