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La masonería fue muy importante y perseguida en la Cuba colonial, la mayoría de los próceres independentistas fueron masones. Sin embargo, desde mediados del siglo XX el número de iniciados en Cuba se mantiene en alrededor de 30.000 personas. Un número similar de personas pertenece en la actualidad a la masonería en Cuba.
Después del triunfo de los rebeldes en 1959, fue una de las pocas organizaciones que sobrevivió a la vorágine comunista, logró mantener su status legal e incluso las sedes de las logias, que en este momento suman 316 repartidas a lo largo de toda la isla.
En realidad los masones ya no son una organización “secreta” sino “discreta”. Son aceptados por la sociedad cubana. Muchas logias son jóvenes, muy jóvenes.
Los masones eran duramente reprimidos por el poder colonial y la Iglesia Católica, muchos sufrieron prisión y algunos fueron fusilados. La mayoría de los líderes independentistas cubanos, incluyendo a José Martí, pertenecían a la masonería.
Recién a comienzos del siglo XX, con la independencia de Cuba, dejan de ser reprimidos.
Aunque sea asombroso, en 1959 logran una convivencia pacífica con el Partido Comunista, y son atendidos por la Oficina de asuntos religiosos, sin que se hayan producido grandes conflictos.
Después del triunfo de los rebeldes en 1959, fue una de las pocas organizaciones que sobrevivió a la vorágine comunista, logró mantener su status legal e incluso las sedes de las logias, que en este momento suman 316 repartidas a lo largo de toda la isla.
En realidad los masones ya no son una organización “secreta” sino “discreta”. Son aceptados por la sociedad cubana. Muchas logias son jóvenes, muy jóvenes.
Los masones eran duramente reprimidos por el poder colonial y la Iglesia Católica, muchos sufrieron prisión y algunos fueron fusilados. La mayoría de los líderes independentistas cubanos, incluyendo a José Martí, pertenecían a la masonería.
Recién a comienzos del siglo XX, con la independencia de Cuba, dejan de ser reprimidos.
Aunque sea asombroso, en 1959 logran una convivencia pacífica con el Partido Comunista, y son atendidos por la Oficina de asuntos religiosos, sin que se hayan producido grandes conflictos.
Donde más se percibe una cierta degradación de las costumbres en la sociedad actual es en la pérdida de las formas.
Las formas sociales, de urbanidad y civismo, son la seña de buena educación y regulan las relaciones con los otros, dentro y fuera del ámbito privado. La cortesía, la exquisitez en el trato, las buenas maneras no son solo el esnobismo de un dandismo pasado de moda, una cuestión de etiqueta o urbanidad, sino que dentro de las formas se encierra todo un espíritu, un estado de ánimo, una tradición y una sabiduría.
Los alumnos no tratan a sus profesores y maestros con respeto, no se dirigen a ellos hablándoles de usted, no prestan atención cuando hablan, ni guardan silencio. Del mismo modo los jóvenes no saben cómo comportarse cuando van a comer fuera con sus padres. Son incapaces de permanecer bien sentados, escuchando, participando de la conversación de sus mayores. Se muestra de igual modo en los servicios religiosos de cualquier confesión: la gente asiste sin guardar el debido recogimiento, con las piernas cruzadas, los jóvenes corriendo o saltando, gritando como si estuvieran en el patio de la escuela.
"Los alumnos no tratan a sus profesores y maestros con respeto, no se dirigen a ellos hablándoles de usted"
Lo mismo percibimos en los camareros o personal de hoteles, restaurantes o demás servicios. Hablan en voz alta, no guardan las formas, te tutean e interpelan no como si fueras un cliente sino como si te conocieran de toda la vida.
Esta pérdida de las buenas maneras, de las formas, se percibe en todos los niveles y estratos sociales, en todas las profesiones y en todos los órdenes. La culpa de ello lo tiene la mala educación, el ejemplo denigrante de los lamentables programas de televisión (telebasura antes y "teleporquería" ahora), la pésima imagen de políticos y gobernantes (incapaces de escucharse, de cederse la palabra, de tratarse con cortesía). De ahí que nadie se preocupe ya por recuperar la urbanidad, el trato cortés y delicado, las buenas maneras. La consecuencia es que dichas normas evitaban las heridas, la indelicadeza, las ofensas continuas, la violencia en el trato cotidiano. Nuestra sociedad se ha vuelto ahora más airada, impaciente y violenta. Todos hieren y se sienten heridos; todos se rebajan unos a otros en el trato.
Si realmente queremos provocar un cambio, en estos momentos de incertidumbre, angustia y crisis, empecemos por recuperar las formas y las buenas maneras, la buena educación.
A lo mejor, si recuperamos las formas, recuperaremos con ello el espíritu que las informaba, y nos sentiremos mejor en la convivencia con nuestros congéneres, con los que comparten nuestro destino y nuestra vida.
Las formas sociales, de urbanidad y civismo, son la seña de buena educación y regulan las relaciones con los otros, dentro y fuera del ámbito privado. La cortesía, la exquisitez en el trato, las buenas maneras no son solo el esnobismo de un dandismo pasado de moda, una cuestión de etiqueta o urbanidad, sino que dentro de las formas se encierra todo un espíritu, un estado de ánimo, una tradición y una sabiduría.
Los alumnos no tratan a sus profesores y maestros con respeto, no se dirigen a ellos hablándoles de usted, no prestan atención cuando hablan, ni guardan silencio. Del mismo modo los jóvenes no saben cómo comportarse cuando van a comer fuera con sus padres. Son incapaces de permanecer bien sentados, escuchando, participando de la conversación de sus mayores. Se muestra de igual modo en los servicios religiosos de cualquier confesión: la gente asiste sin guardar el debido recogimiento, con las piernas cruzadas, los jóvenes corriendo o saltando, gritando como si estuvieran en el patio de la escuela.
"Los alumnos no tratan a sus profesores y maestros con respeto, no se dirigen a ellos hablándoles de usted"
Lo mismo percibimos en los camareros o personal de hoteles, restaurantes o demás servicios. Hablan en voz alta, no guardan las formas, te tutean e interpelan no como si fueras un cliente sino como si te conocieran de toda la vida.
Esta pérdida de las buenas maneras, de las formas, se percibe en todos los niveles y estratos sociales, en todas las profesiones y en todos los órdenes. La culpa de ello lo tiene la mala educación, el ejemplo denigrante de los lamentables programas de televisión (telebasura antes y "teleporquería" ahora), la pésima imagen de políticos y gobernantes (incapaces de escucharse, de cederse la palabra, de tratarse con cortesía). De ahí que nadie se preocupe ya por recuperar la urbanidad, el trato cortés y delicado, las buenas maneras. La consecuencia es que dichas normas evitaban las heridas, la indelicadeza, las ofensas continuas, la violencia en el trato cotidiano. Nuestra sociedad se ha vuelto ahora más airada, impaciente y violenta. Todos hieren y se sienten heridos; todos se rebajan unos a otros en el trato.
Si realmente queremos provocar un cambio, en estos momentos de incertidumbre, angustia y crisis, empecemos por recuperar las formas y las buenas maneras, la buena educación.
A lo mejor, si recuperamos las formas, recuperaremos con ello el espíritu que las informaba, y nos sentiremos mejor en la convivencia con nuestros congéneres, con los que comparten nuestro destino y nuestra vida.
Los que trabajamos de cara al público sabemos de la importancia de ser amables y parecer educados; seguimos insistiendo en dar los buenos días, en pedir las cosas por favor y en decir gracias. Pero para nuestra sorpresa, cada vez es más frecuente que los propios compañeros de oficio, ocupados en otros menesteres, se muestren contaminados por la rudeza, relajando su disciplina cortés y dejando a las claras su mala educación, la cual choca de frente con la actitud gentil, con la encomiable tenacidad que caracteriza al profesional del protocolo y las relaciones públicas, a la hora de desasnar al españolito que precisa de un cursillo acelerado de educación cívica. Es lo que tiene el poder, que convierte a algunos "don nadie" -de naturaleza sibilina- en tordos, en ejemplos de maldicientes que se preocupan que no medren los de su oficio, mostrándose ante la posible valía de sus iguales inseguros, por lo que abusan de la sonrisa melindre para enmarcar las falacias que tejen en torno a sus víctimas.
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas"
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas". Hoy, todos esos usos corteses, esas convenciones amables que las sociedades fueron construyendo a lo largo de los siglos, para facilitar la convivencia, parecen haber desaparecido de España, barridas por el huracán del desarrollo económico y de una supuesta modernización de las costumbres, tanto que no resulta sorprendente que nos hayamos convertido en los últimos años en un pueblo áspero y zafio, porque, en mi infancia, a los niños se nos enseñaba todavía a saludar, a dar las gracias, a ceder el asiento en el autobús a las embarazadas, a respetar a los demás, a sostener la puerta para dejar pasar a un incapacitado, por ejemplo. Hoy, es bastante raro que un muchacho levante sus posaderas del asiento para ofrecerle el sitio a la ancianita más achacosa y temblorosa que imaginarse pueda, pero si que es común ver a una madre cargada hasta las cejas de paquetes, caminando por una acera estrecha, y flanqueada por el gamberro de su hijo adolescente, un grandullón de pantalones caídos y gorra con la visera hacia atrás, que va tocándose las narices con las manos vacías.
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas"
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas". Hoy, todos esos usos corteses, esas convenciones amables que las sociedades fueron construyendo a lo largo de los siglos, para facilitar la convivencia, parecen haber desaparecido de España, barridas por el huracán del desarrollo económico y de una supuesta modernización de las costumbres, tanto que no resulta sorprendente que nos hayamos convertido en los últimos años en un pueblo áspero y zafio, porque, en mi infancia, a los niños se nos enseñaba todavía a saludar, a dar las gracias, a ceder el asiento en el autobús a las embarazadas, a respetar a los demás, a sostener la puerta para dejar pasar a un incapacitado, por ejemplo. Hoy, es bastante raro que un muchacho levante sus posaderas del asiento para ofrecerle el sitio a la ancianita más achacosa y temblorosa que imaginarse pueda, pero si que es común ver a una madre cargada hasta las cejas de paquetes, caminando por una acera estrecha, y flanqueada por el gamberro de su hijo adolescente, un grandullón de pantalones caídos y gorra con la visera hacia atrás, que va tocándose las narices con las manos vacías.
Hola Alejandro,
estoy de acuerdo con vos.
La mayoría de los que comentaron, estoy seguro que también lo está. Lo de las correcciones punti y quisquillosas es lo único que no quieren resignar. Y bueno, que así sea-
Como te habrán roto las bolainas, para que escribieras semejante manifiesto!
"Tomalo con calma..."
Te mando un saludo y otro de Charly
>Alejandro Gonzalez escribe:
>--------------
>Estamos entre todos buscando la manera de evitar las permanentes faltas de respeto y agresiones gratuitas. Creo que eso va a ser casi imposible de conseguir en tanto no haya un ADMINISTRADOR que regule el foro. En los mejores foros de Internet hay personas que se dedican precisamente a controlar el clima del intercambio. Cuando alguien insulta, agrede, provoca o hace un comentario que hiere la convivencia, su mensaje es borrado del foro (y si insiste, lo que se borra es directamente su perfil).
>
>Dado que no contamos con esa posibilidad, tendremos que regularnos nosotros mismos de la mejor manera posible. Para eso, propongo llegar a cierto consenso respecto a ciertas normas de participación, a saber:
>
>1. NO INSULTAR NI UTILIZAR LENGUAJE LESIVO.
>2. NO DESCALIFICAR AL OTRO (“no sabes”, “no entiendes”, “¿dónde estudiaste?”, “no eres profesional”, etc., etc., etc.).
>3. NO CORREGIR EN PÚBLICO. Los traductores somos personas con mucha susceptibilidad, y a nadie le gusta en general que le señalen errores. La mayoría de las veces, además, los errores que se señalan son estupideces. Hay que ser excesivamente puntilloso y tener cierta “mala leche”, por ejemplo, para señalarle a alguien errores que son solamente, y a todas luces, de tipeo. Cuando escribimos en estos lugares no lo hacemos con el celo con el que traducimos o escribimos. Por favor, basta de señalarnos entre nativos que “te ha faltado una r”, “te ha faltado una s”. Ahora bien, si no podemos resistir la tentación de hacerlo, HAGÁMOSLO POR PRIVADO. Eso ayudará a mejorar el clima del foro.
>4. NO CALIFIQUEMOS AL OTRO NI A SUS PREGUNTAS. No importa quién pregunta, para qué, por qué, con qué intención o con qué conocimientos. (“tú dices eso porque eres mujer/hombre/negro/judío/católico/ateo/ortodoxo/fascista/comunista/viejo/joven/español/latino/“gallego”/“sudaca”/ignorante/erudito/ etc., etc., etc.)
>5. NO SER TERMINANTE EN NUESTRAS AFIRMACIONES. ¿Quién sabe, después de todo, cómo son las cosas? ¿Quién es el dueño de la verdad? Colegas: no olvidemos nuestro radical estado de ignorancia. Borges decía que la filosofía era un “respetado sistema de confusiones”. Evitemos dogmatismos, porque no conducen a nada. En última instancia: ¿a quién le importa lo que nosotros discutimos aquí? Somos poquitos: cuidémonos, entonces.
>
>Repito, como no hay ADMINISTRADOR, sólo nosotros podremos cumplir estas normas. Propongo que, cuando alguien agreda, insulte, descalifique o demás, tengamos la PRUDENCIA y la SABIDURÍA de no contestar, de dejar a esa persona hablando sola. (Yo ya lo he hecho en este foro, y créanme que funciona). Porque si respondemos a la agresión, eso genera otra, y luego otra, y eso no tiene final.
>
>En fin, tomen esto como una sugerencia y, acaso, un buen intento. Si no les gusta, si no están de acuerdo, ignoren este mensaje o tírenlo a la basura. Lo último que deseo es que este tema termine otra vez en una catarata de insultos y agresiones mutuas.
>
>Saludos!
>
>
>
estoy de acuerdo con vos.
La mayoría de los que comentaron, estoy seguro que también lo está. Lo de las correcciones punti y quisquillosas es lo único que no quieren resignar. Y bueno, que así sea-
Como te habrán roto las bolainas, para que escribieras semejante manifiesto!
"Tomalo con calma..."
Te mando un saludo y otro de Charly
>Alejandro Gonzalez escribe:
>--------------
>Estamos entre todos buscando la manera de evitar las permanentes faltas de respeto y agresiones gratuitas. Creo que eso va a ser casi imposible de conseguir en tanto no haya un ADMINISTRADOR que regule el foro. En los mejores foros de Internet hay personas que se dedican precisamente a controlar el clima del intercambio. Cuando alguien insulta, agrede, provoca o hace un comentario que hiere la convivencia, su mensaje es borrado del foro (y si insiste, lo que se borra es directamente su perfil).
>
>Dado que no contamos con esa posibilidad, tendremos que regularnos nosotros mismos de la mejor manera posible. Para eso, propongo llegar a cierto consenso respecto a ciertas normas de participación, a saber:
>
>1. NO INSULTAR NI UTILIZAR LENGUAJE LESIVO.
>2. NO DESCALIFICAR AL OTRO (“no sabes”, “no entiendes”, “¿dónde estudiaste?”, “no eres profesional”, etc., etc., etc.).
>3. NO CORREGIR EN PÚBLICO. Los traductores somos personas con mucha susceptibilidad, y a nadie le gusta en general que le señalen errores. La mayoría de las veces, además, los errores que se señalan son estupideces. Hay que ser excesivamente puntilloso y tener cierta “mala leche”, por ejemplo, para señalarle a alguien errores que son solamente, y a todas luces, de tipeo. Cuando escribimos en estos lugares no lo hacemos con el celo con el que traducimos o escribimos. Por favor, basta de señalarnos entre nativos que “te ha faltado una r”, “te ha faltado una s”. Ahora bien, si no podemos resistir la tentación de hacerlo, HAGÁMOSLO POR PRIVADO. Eso ayudará a mejorar el clima del foro.
>4. NO CALIFIQUEMOS AL OTRO NI A SUS PREGUNTAS. No importa quién pregunta, para qué, por qué, con qué intención o con qué conocimientos. (“tú dices eso porque eres mujer/hombre/negro/judío/católico/ateo/ortodoxo/fascista/comunista/viejo/joven/español/latino/“gallego”/“sudaca”/ignorante/erudito/ etc., etc., etc.)
>5. NO SER TERMINANTE EN NUESTRAS AFIRMACIONES. ¿Quién sabe, después de todo, cómo son las cosas? ¿Quién es el dueño de la verdad? Colegas: no olvidemos nuestro radical estado de ignorancia. Borges decía que la filosofía era un “respetado sistema de confusiones”. Evitemos dogmatismos, porque no conducen a nada. En última instancia: ¿a quién le importa lo que nosotros discutimos aquí? Somos poquitos: cuidémonos, entonces.
>
>Repito, como no hay ADMINISTRADOR, sólo nosotros podremos cumplir estas normas. Propongo que, cuando alguien agreda, insulte, descalifique o demás, tengamos la PRUDENCIA y la SABIDURÍA de no contestar, de dejar a esa persona hablando sola. (Yo ya lo he hecho en este foro, y créanme que funciona). Porque si respondemos a la agresión, eso genera otra, y luego otra, y eso no tiene final.
>
>En fin, tomen esto como una sugerencia y, acaso, un buen intento. Si no les gusta, si no están de acuerdo, ignoren este mensaje o tírenlo a la basura. Lo último que deseo es que este tema termine otra vez en una catarata de insultos y agresiones mutuas.
>
>Saludos!
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