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Perdido en el Mockba Metró...
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Perdido en el Mockba Metró...
La situación es la siguiente: el narrador de esta historia es extranjero –sudamericano- y se ve perdido en el Metro, a poco de llegar a Moscú y sin saber pronunciar NI UNA SOLA PALABRA DEL IDIOMA RUSO.
¿Cómo salió de la situación y llegó a destino? Pues preguntando. Pero… ¿en qué idioma?
----------------------------------------------- -----------------------
Y bien que a poco de llegar a Moscú por primera vez, nos vamos a conocer el Metro de Moscú, esa auténtica maravilla histórica de la que tanto uno ha podido leer y admirar en Internet.
La primera vez que uno llega al Metro, por supuesto, va acompañado de algún conocido(a) ruso(a). En efecto ¿alguien debe comprarte el ticket, no? ¿O vas a llegar a la caja y decir: “Hola ¿me puede vender un boleto para el Metro, por favor…?” Es que te cuento lo que pasa: de un momento a otro, pareciera que todo Moscú se detiene por unos segundos… Y podrías escuchar como cae una pluma. Y todos los moscovitas esperando a ver cómo te responde la cajera, pero ella no dice nada y te queda mirando con una expresión tan intensa que -luego de que pones pies en polvorosa- te hace meditar si te haces o no profeta en el desierto.
Pero pasa el terror y ya estás en el Metro de Moscú.
Entonces, tu improvisado guía te muestra algunas de las estaciones emblemáticas a las que llegas transportado en unos trenes antiquísimos –antediluvianos, diríase- y que conservan toda la maravilla de autentica reliquia soviética, en pocas palabras: unas bellezas de la utopía del siglo XX. En cada parada, por supuesto y para no ser menos, te sacas - tratando de poner cara de europeo- las correspondientes fotografías “para la familia y el Facebook, tu sabes”.
Hasta ese momento, todo bien. Miel sobre hojuelas.
Sin embargo y por una extraña razón… el hispanoparlante tiende a creer que cualquier tierra es su tierra y se imagina que puede “andar como Pedro por su casa”. Craso error.
Entonces, dale que dale: que uno no le tiene miedo a nada, que uno es invencible, que uno esta “hecho de otra madera”, que se necesita otra cosa para vencerle a uno…
“Sí, claro, yo te voy a ver a tu departamento, amigo mío. ¡Cómo que en “qué” voy a ir! ¡En METRO, por supuesto! ¿Acaso crees que yo no sé andar en Metro…? ¡Pues claro que sé!”, dice uno –con énfasis- para que el amigo entienda de que uno “sabe” andar en Metro y que ni siquiera debió preguntarlo.
(Continua)
La situación es la siguiente: el narrador de esta historia es extranjero –sudamericano- y se ve perdido en el Metro, a poco de llegar a Moscú y sin saber pronunciar NI UNA SOLA PALABRA DEL IDIOMA RUSO.
¿Cómo salió de la situación y llegó a destino? Pues preguntando. Pero… ¿en qué idioma?
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Y bien que a poco de llegar a Moscú por primera vez, nos vamos a conocer el Metro de Moscú, esa auténtica maravilla histórica de la que tanto uno ha podido leer y admirar en Internet.
La primera vez que uno llega al Metro, por supuesto, va acompañado de algún conocido(a) ruso(a). En efecto ¿alguien debe comprarte el ticket, no? ¿O vas a llegar a la caja y decir: “Hola ¿me puede vender un boleto para el Metro, por favor…?” Es que te cuento lo que pasa: de un momento a otro, pareciera que todo Moscú se detiene por unos segundos… Y podrías escuchar como cae una pluma. Y todos los moscovitas esperando a ver cómo te responde la cajera, pero ella no dice nada y te queda mirando con una expresión tan intensa que -luego de que pones pies en polvorosa- te hace meditar si te haces o no profeta en el desierto.
Pero pasa el terror y ya estás en el Metro de Moscú.
Entonces, tu improvisado guía te muestra algunas de las estaciones emblemáticas a las que llegas transportado en unos trenes antiquísimos –antediluvianos, diríase- y que conservan toda la maravilla de autentica reliquia soviética, en pocas palabras: unas bellezas de la utopía del siglo XX. En cada parada, por supuesto y para no ser menos, te sacas - tratando de poner cara de europeo- las correspondientes fotografías “para la familia y el Facebook, tu sabes”.
Hasta ese momento, todo bien. Miel sobre hojuelas.
Sin embargo y por una extraña razón… el hispanoparlante tiende a creer que cualquier tierra es su tierra y se imagina que puede “andar como Pedro por su casa”. Craso error.
Entonces, dale que dale: que uno no le tiene miedo a nada, que uno es invencible, que uno esta “hecho de otra madera”, que se necesita otra cosa para vencerle a uno…
“Sí, claro, yo te voy a ver a tu departamento, amigo mío. ¡Cómo que en “qué” voy a ir! ¡En METRO, por supuesto! ¿Acaso crees que yo no sé andar en Metro…? ¡Pues claro que sé!”, dice uno –con énfasis- para que el amigo entienda de que uno “sabe” andar en Metro y que ni siquiera debió preguntarlo.
(Continua)
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"Dequeismo"... Claro.
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uno –con énfasis- para que el amigo entienda de que uno “sabe” andar en Metro y que ni siquiera debió preguntarlo.
Un clásico ejemplo de dequeismo.
Un clásico ejemplo de dequeismo.
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(Continuación...)
Más veloz que Superman
Y pasan los minutos…
Uno –valiente como nadie- sale a las calles de Moscú, haciendo caso omiso de que seguramente el 99,9% de los transeúntes no habla español (el 0,1% es para que no se diga que estoy siendo negativo…).
Y uno camina rápido, decidido, con “los miembros de acero” como diría Rimbaud, rumbo a destino: el Metro de Moscú.
Y cuando uno llega y entra en la estación, y pasa los torniquetes –con una tarjeta de diez pasajes que te compró un amigo piadoso-, y camina “cual ruso” por la estación y llega a la escalera mecánica, y se pone en la fila que va descendiendo a uno de los “Palacios del Pueblo”, como se les llamaban en la era soviética, entonces, en ese preciso instante, uno siente que está volando y que los idiomas ya no importan porque el MUNDO es una amplia esfera en donde TODOS hablamos una lengua universal y uno vuela y vuela y VUELA y se alza por los aires y se encamina a la casa del amigo a la que uno llegará en Metro y sin perderse, porque uno llegará y uno, en ese instante, cree escuchar a la Orquesta Filarmónica de Londres interpretando el tema central de la banda sonora de “Superman”… hasta que llega a los andenes ¡y se da cuenta de que no sabe LEER en ruso y no puede siquiera intuir cuales son los nombres de las estaciones del Metro!
Entonces, te das cuenta de que estás ABSOLUTAMENTE PERDIDO y de que por más que preguntes en “español” probablemente nadie vaya a responderte. Entonces, te viene el “pánico escénico” y te quedas como inmovilizado. ¡Santo Dios! ¡Ayuda! ¡Ayuda!
Así es que, en aquella oportunidad, salí del Metro, llame a un conocido ruso y le pedí que por celular le dijera a un taxista cual era mi destino.
“Friansestuya ¿me entiende?”
En otra ocasión también me extravié en el subterráneo camino al metro ”Frunzenskaya” (en ruso: Фру́нзенская). Como, obviamente, sin saber leer uno tampoco habla muy bien… me puse a preguntarle a la gente con sólo dos palabras, pues claro ¿cómo podría decir en ruso: “disculpe ¿usted me podría indicar dónde queda el Metro ”Frunzenskaya”?”. Y esas palabras eran: “¿Friansestuya Metro?”. Y así andaba repitiéndole a todo el mundo, con algunas variaciones en una letra de repente. “¿Friansestuya Metro?”, “¿Frionsestuya Metro?”, “¿Fransestuta Metro?”. “¿Friensestuya Metro?”.
Obviamente, nadie podía contestarme… Hasta que un ruso me observó fijamente y advirtió mi nerviosismo creciente al verme del todo perdido. Y trató de entender lo que decía mirando mis labios. De pronto, exclamo: “¡AHHHHHHHHHH, ”Frunzenskaya!”. Me dieron ganas de abrazarle ahí mismo. ¡Sí: eso: Frunzenskaya…! Me indicó con la mano que tomara la línea de la derecha, dijo algo en ruso y me mostró con los dedos el número 4, así es que entendí que debía bajarme en la cuarta estación.
Gracias a ese bondadoso ruso pude llegar al sitio adonde me dirigía.
Desde aquí y pasado el tiempo le doy mi sincero agradecimiento.
(Франcиско R.)
Más veloz que Superman
Y pasan los minutos…
Uno –valiente como nadie- sale a las calles de Moscú, haciendo caso omiso de que seguramente el 99,9% de los transeúntes no habla español (el 0,1% es para que no se diga que estoy siendo negativo…).
Y uno camina rápido, decidido, con “los miembros de acero” como diría Rimbaud, rumbo a destino: el Metro de Moscú.
Y cuando uno llega y entra en la estación, y pasa los torniquetes –con una tarjeta de diez pasajes que te compró un amigo piadoso-, y camina “cual ruso” por la estación y llega a la escalera mecánica, y se pone en la fila que va descendiendo a uno de los “Palacios del Pueblo”, como se les llamaban en la era soviética, entonces, en ese preciso instante, uno siente que está volando y que los idiomas ya no importan porque el MUNDO es una amplia esfera en donde TODOS hablamos una lengua universal y uno vuela y vuela y VUELA y se alza por los aires y se encamina a la casa del amigo a la que uno llegará en Metro y sin perderse, porque uno llegará y uno, en ese instante, cree escuchar a la Orquesta Filarmónica de Londres interpretando el tema central de la banda sonora de “Superman”… hasta que llega a los andenes ¡y se da cuenta de que no sabe LEER en ruso y no puede siquiera intuir cuales son los nombres de las estaciones del Metro!
Entonces, te das cuenta de que estás ABSOLUTAMENTE PERDIDO y de que por más que preguntes en “español” probablemente nadie vaya a responderte. Entonces, te viene el “pánico escénico” y te quedas como inmovilizado. ¡Santo Dios! ¡Ayuda! ¡Ayuda!
Así es que, en aquella oportunidad, salí del Metro, llame a un conocido ruso y le pedí que por celular le dijera a un taxista cual era mi destino.
“Friansestuya ¿me entiende?”
En otra ocasión también me extravié en el subterráneo camino al metro ”Frunzenskaya” (en ruso: Фру́нзенская). Como, obviamente, sin saber leer uno tampoco habla muy bien… me puse a preguntarle a la gente con sólo dos palabras, pues claro ¿cómo podría decir en ruso: “disculpe ¿usted me podría indicar dónde queda el Metro ”Frunzenskaya”?”. Y esas palabras eran: “¿Friansestuya Metro?”. Y así andaba repitiéndole a todo el mundo, con algunas variaciones en una letra de repente. “¿Friansestuya Metro?”, “¿Frionsestuya Metro?”, “¿Fransestuta Metro?”. “¿Friensestuya Metro?”.
Obviamente, nadie podía contestarme… Hasta que un ruso me observó fijamente y advirtió mi nerviosismo creciente al verme del todo perdido. Y trató de entender lo que decía mirando mis labios. De pronto, exclamo: “¡AHHHHHHHHHH, ”Frunzenskaya!”. Me dieron ganas de abrazarle ahí mismo. ¡Sí: eso: Frunzenskaya…! Me indicó con la mano que tomara la línea de la derecha, dijo algo en ruso y me mostró con los dedos el número 4, así es que entendí que debía bajarme en la cuarta estación.
Gracias a ese bondadoso ruso pude llegar al sitio adonde me dirigía.
Desde aquí y pasado el tiempo le doy mi sincero agradecimiento.
(Франcиско R.)