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Turi querido
no seas tan chusma Xenia y Adelaida son buenas amigas pero si estan con el topo que se le va hacer ( Dios los cria y el viento los amontona)jajaja
no seas tan chusma Xenia y Adelaida son buenas amigas pero si estan con el topo que se le va hacer ( Dios los cria y el viento los amontona)jajaja
Origen europeo, liberal y antiespañol de las corridas de toros
por Ernesto Giménez Caballero
".....Bárbaro turista, escucha bien (te llamo bárbaro porque todo turismo es barbarie), escucha bien:
Yo acepto que las corridas de toros tienen una modalidad brutal, repugnante, plebeya, soez, intolerable.
Yo protesto con más energía que tú, con más coraje que tú, bárbaro turista, contra el sacrificio triste y ridículo de caballos famélicos e inservibles.
Yo me indigno, con indignación pura, testicular, superior a la tuya, lacrimosa de bárbaro sentimental, contra el mucho martirio innecesario que se hace al nobilísimo toro en las corridas.
Ahora bien: Si yo acepto el plebeyismo, la crueldad, la estupidez y la vileza en las corridas de toros, es con una condición imprescindible: la de que tú me reconozcas y aceptes, bárbaro turista, de que esa parte vulgar y soez de las corridas de toros no es española. Sino europea. Archieuropea. Tuya.
Escucha bien:
Las corridas de toros deben su aplebeyamiento actual a la Europa moderna, a esa de la Reforma, a la de los Derechos del Hombre, a la Revolución francesa, a la burguesía liberal del siglo XIX; es decir, a ti, bárbaro turista.
La suerte –suerte bellaca y vil– del picador, del «nuevo caballero»
Las corridas de toros no eran en España una fiesta «nacional y romántica» hasta el siglo XIX. Hasta que la nobleza caballeresca fué desposeída por la burguesía, gracias al movimiento de la Francia napoleónica y de la Inglaterra liberal. Hasta esa época, la fiesta de toros constituyó en España un deporte noble, de caballeros, ligado a un culto popular y milenario, casi divino, por el toro: animal sagrado en la mitología ibérica, mediterránea, antigua.
El caballero toreaba a caballo, ayudado por criados y servidores, ante damas ilustres, ante los monarcas. La fiesta de lancear toros era en la España heroica del seiscientos un sucedáneo viril de la guerra. (Ya lo vió Goya. ¡Goya, vértice de España, entre dos mundos, el noble y el liberal!) Ahora bien: la Revolución francesa derrocó al caballero y lo bajó del caballo, poniendo en su lugar al criado, a la chusma plebeya, cruel, que antes permanecía disciplinada en segundo término. Ese fué el origen histórico del repugnante «picador». El cual, en su odio al caballo como animal aristocrático, no vaciló en entregarle indefenso a las astas del toro.
Del mismo modo se origina el «torero» profesional, especie hispánica que no existió hasta la España moderna. Este «torero» no pudo evitar la parte vil y brutal que le daba la clase social ineducada, violenta, antiintelectual.
Las corridas de toros cristalizan en España como espectáculo nacional al mismo compás que el sistema parlamentario. (Raro era el diputado que no llegaba tarde al Parlamento en día de toros por asistir a la corrida.)
No es, pues, a la España genuina, jerárquica, humana y heroica del seiscientos a la que hay que culpar de la barbarie de las corridas, sino a la España europeizante, burguesa y mixtificada del siglo XIX. No a la cruel España, sino a la Europa humanitaria. A Francia, a los anglosajones: esa Europa que nos envilece y luego nos insulta, a los españoles.
.......
Creador el toro de nuestra fiesta más potente y fuerte –la más potente y fuerte del mundo actual–, hecha con sangre, muerte y sol, al gran estilo antiguo. Esa fiesta que «es un baño de juventud, de la más joven juventud vecina todavía de la animalidad» –como dijo Mauricio Barrès–. Si se salvan y se salvarán las fiestas de toros en España, es porque, en el fondo, constituyen todavía nuestro más alto mito, nuestro sacrificio religioso más profundo. El sacrificio del dios por mano de un sacerdote: el torero ante una concurrencia estremecida de fieles palpitantes. El toro es el mito trágico de España –como diría Nietzche–. Por eso ha llegado a sublimar hasta el cruel y vulgar de su fiesta. Por eso el torero adquiere a veces calidades heroicas, de alta estirpe humana –en su lucha con el toro.
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por Ernesto Giménez Caballero
".....Bárbaro turista, escucha bien (te llamo bárbaro porque todo turismo es barbarie), escucha bien:
Yo acepto que las corridas de toros tienen una modalidad brutal, repugnante, plebeya, soez, intolerable.
Yo protesto con más energía que tú, con más coraje que tú, bárbaro turista, contra el sacrificio triste y ridículo de caballos famélicos e inservibles.
Yo me indigno, con indignación pura, testicular, superior a la tuya, lacrimosa de bárbaro sentimental, contra el mucho martirio innecesario que se hace al nobilísimo toro en las corridas.
Ahora bien: Si yo acepto el plebeyismo, la crueldad, la estupidez y la vileza en las corridas de toros, es con una condición imprescindible: la de que tú me reconozcas y aceptes, bárbaro turista, de que esa parte vulgar y soez de las corridas de toros no es española. Sino europea. Archieuropea. Tuya.
Escucha bien:
Las corridas de toros deben su aplebeyamiento actual a la Europa moderna, a esa de la Reforma, a la de los Derechos del Hombre, a la Revolución francesa, a la burguesía liberal del siglo XIX; es decir, a ti, bárbaro turista.
La suerte –suerte bellaca y vil– del picador, del «nuevo caballero»
Las corridas de toros no eran en España una fiesta «nacional y romántica» hasta el siglo XIX. Hasta que la nobleza caballeresca fué desposeída por la burguesía, gracias al movimiento de la Francia napoleónica y de la Inglaterra liberal. Hasta esa época, la fiesta de toros constituyó en España un deporte noble, de caballeros, ligado a un culto popular y milenario, casi divino, por el toro: animal sagrado en la mitología ibérica, mediterránea, antigua.
El caballero toreaba a caballo, ayudado por criados y servidores, ante damas ilustres, ante los monarcas. La fiesta de lancear toros era en la España heroica del seiscientos un sucedáneo viril de la guerra. (Ya lo vió Goya. ¡Goya, vértice de España, entre dos mundos, el noble y el liberal!) Ahora bien: la Revolución francesa derrocó al caballero y lo bajó del caballo, poniendo en su lugar al criado, a la chusma plebeya, cruel, que antes permanecía disciplinada en segundo término. Ese fué el origen histórico del repugnante «picador». El cual, en su odio al caballo como animal aristocrático, no vaciló en entregarle indefenso a las astas del toro.
Del mismo modo se origina el «torero» profesional, especie hispánica que no existió hasta la España moderna. Este «torero» no pudo evitar la parte vil y brutal que le daba la clase social ineducada, violenta, antiintelectual.
Las corridas de toros cristalizan en España como espectáculo nacional al mismo compás que el sistema parlamentario. (Raro era el diputado que no llegaba tarde al Parlamento en día de toros por asistir a la corrida.)
No es, pues, a la España genuina, jerárquica, humana y heroica del seiscientos a la que hay que culpar de la barbarie de las corridas, sino a la España europeizante, burguesa y mixtificada del siglo XIX. No a la cruel España, sino a la Europa humanitaria. A Francia, a los anglosajones: esa Europa que nos envilece y luego nos insulta, a los españoles.
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Creador el toro de nuestra fiesta más potente y fuerte –la más potente y fuerte del mundo actual–, hecha con sangre, muerte y sol, al gran estilo antiguo. Esa fiesta que «es un baño de juventud, de la más joven juventud vecina todavía de la animalidad» –como dijo Mauricio Barrès–. Si se salvan y se salvarán las fiestas de toros en España, es porque, en el fondo, constituyen todavía nuestro más alto mito, nuestro sacrificio religioso más profundo. El sacrificio del dios por mano de un sacerdote: el torero ante una concurrencia estremecida de fieles palpitantes. El toro es el mito trágico de España –como diría Nietzche–. Por eso ha llegado a sublimar hasta el cruel y vulgar de su fiesta. Por eso el torero adquiere a veces calidades heroicas, de alta estirpe humana –en su lucha con el toro.
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