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A pesar de las expresiones triunfalistas de los dirigentes gubernamentales cubanos respecto a que están garantizadas las exigencias materiales y de personal para el curso escolar, cada vez son mayores las quejas y el malestar de los trabajadores del sector en este sentido, en particular de los maestros, quienes año tras año cada vez en condiciones más difíciles, sufren la carencia de los materiales indispensables para desarrollar su labor, como cuadernos, lápices, muebles, libros de texto y otros. Esta cuestión se supera en parte a través de las gestiones de éstos con los padres, ya que el Ministerio de Educación resulta incompetente para su solución.
Nada mejor para ilustrar esta situación de carencias materiales que la medida oficial por la cual los escolares sólo reciben DOS uniformes en seis años, o sea, uno al comienzo del pre-escolar y otro al principio del quinto grado. Tal parece que los niños cubanos, a diferencia de sus congéneres de otros países, no crecieran.
A esto se une la baja calidad y mala confección de los alimentos en los centros escolares.
Tal estado de cosas, unido a la falta de estimulación material a los maestros, cuyo salario en el mejor de los casos es el equivalente a 15 dólares mensuales, ha dado lugar a la galopante deserción docente que se observa a lo largo y ancho del país, lo que implica que ante el bajo personal docente en las escuelas muchos maestros tienen que asumir sus funciones hasta con más de 50 alumnos por aula. A esta situación, dígase lo que se diga, es imposible cultivar la lengua.
Nada mejor para ilustrar esta situación de carencias materiales que la medida oficial por la cual los escolares sólo reciben DOS uniformes en seis años, o sea, uno al comienzo del pre-escolar y otro al principio del quinto grado. Tal parece que los niños cubanos, a diferencia de sus congéneres de otros países, no crecieran.
A esto se une la baja calidad y mala confección de los alimentos en los centros escolares.
Tal estado de cosas, unido a la falta de estimulación material a los maestros, cuyo salario en el mejor de los casos es el equivalente a 15 dólares mensuales, ha dado lugar a la galopante deserción docente que se observa a lo largo y ancho del país, lo que implica que ante el bajo personal docente en las escuelas muchos maestros tienen que asumir sus funciones hasta con más de 50 alumnos por aula. A esta situación, dígase lo que se diga, es imposible cultivar la lengua.
Donde más se percibe una cierta degradación de las costumbres en la sociedad actual es en la pérdida de las formas.
Las formas sociales, de urbanidad y civismo, son la seña de buena educación y regulan las relaciones con los otros, dentro y fuera del ámbito privado. La cortesía, la exquisitez en el trato, las buenas maneras no son solo el esnobismo de un dandismo pasado de moda, una cuestión de etiqueta o urbanidad, sino que dentro de las formas se encierra todo un espíritu, un estado de ánimo, una tradición y una sabiduría.
Los alumnos no tratan a sus profesores y maestros con respeto, no se dirigen a ellos hablándoles de usted, no prestan atención cuando hablan, ni guardan silencio. Del mismo modo los jóvenes no saben cómo comportarse cuando van a comer fuera con sus padres. Son incapaces de permanecer bien sentados, escuchando, participando de la conversación de sus mayores. Se muestra de igual modo en los servicios religiosos de cualquier confesión: la gente asiste sin guardar el debido recogimiento, con las piernas cruzadas, los jóvenes corriendo o saltando, gritando como si estuvieran en el patio de la escuela.
"Los alumnos no tratan a sus profesores y maestros con respeto, no se dirigen a ellos hablándoles de usted"
Lo mismo percibimos en los camareros o personal de hoteles, restaurantes o demás servicios. Hablan en voz alta, no guardan las formas, te tutean e interpelan no como si fueras un cliente sino como si te conocieran de toda la vida.
Esta pérdida de las buenas maneras, de las formas, se percibe en todos los niveles y estratos sociales, en todas las profesiones y en todos los órdenes. La culpa de ello lo tiene la mala educación, el ejemplo denigrante de los lamentables programas de televisión (telebasura antes y "teleporquería" ahora), la pésima imagen de políticos y gobernantes (incapaces de escucharse, de cederse la palabra, de tratarse con cortesía). De ahí que nadie se preocupe ya por recuperar la urbanidad, el trato cortés y delicado, las buenas maneras. La consecuencia es que dichas normas evitaban las heridas, la indelicadeza, las ofensas continuas, la violencia en el trato cotidiano. Nuestra sociedad se ha vuelto ahora más airada, impaciente y violenta. Todos hieren y se sienten heridos; todos se rebajan unos a otros en el trato.
Si realmente queremos provocar un cambio, en estos momentos de incertidumbre, angustia y crisis, empecemos por recuperar las formas y las buenas maneras, la buena educación.
A lo mejor, si recuperamos las formas, recuperaremos con ello el espíritu que las informaba, y nos sentiremos mejor en la convivencia con nuestros congéneres, con los que comparten nuestro destino y nuestra vida.
Las formas sociales, de urbanidad y civismo, son la seña de buena educación y regulan las relaciones con los otros, dentro y fuera del ámbito privado. La cortesía, la exquisitez en el trato, las buenas maneras no son solo el esnobismo de un dandismo pasado de moda, una cuestión de etiqueta o urbanidad, sino que dentro de las formas se encierra todo un espíritu, un estado de ánimo, una tradición y una sabiduría.
Los alumnos no tratan a sus profesores y maestros con respeto, no se dirigen a ellos hablándoles de usted, no prestan atención cuando hablan, ni guardan silencio. Del mismo modo los jóvenes no saben cómo comportarse cuando van a comer fuera con sus padres. Son incapaces de permanecer bien sentados, escuchando, participando de la conversación de sus mayores. Se muestra de igual modo en los servicios religiosos de cualquier confesión: la gente asiste sin guardar el debido recogimiento, con las piernas cruzadas, los jóvenes corriendo o saltando, gritando como si estuvieran en el patio de la escuela.
"Los alumnos no tratan a sus profesores y maestros con respeto, no se dirigen a ellos hablándoles de usted"
Lo mismo percibimos en los camareros o personal de hoteles, restaurantes o demás servicios. Hablan en voz alta, no guardan las formas, te tutean e interpelan no como si fueras un cliente sino como si te conocieran de toda la vida.
Esta pérdida de las buenas maneras, de las formas, se percibe en todos los niveles y estratos sociales, en todas las profesiones y en todos los órdenes. La culpa de ello lo tiene la mala educación, el ejemplo denigrante de los lamentables programas de televisión (telebasura antes y "teleporquería" ahora), la pésima imagen de políticos y gobernantes (incapaces de escucharse, de cederse la palabra, de tratarse con cortesía). De ahí que nadie se preocupe ya por recuperar la urbanidad, el trato cortés y delicado, las buenas maneras. La consecuencia es que dichas normas evitaban las heridas, la indelicadeza, las ofensas continuas, la violencia en el trato cotidiano. Nuestra sociedad se ha vuelto ahora más airada, impaciente y violenta. Todos hieren y se sienten heridos; todos se rebajan unos a otros en el trato.
Si realmente queremos provocar un cambio, en estos momentos de incertidumbre, angustia y crisis, empecemos por recuperar las formas y las buenas maneras, la buena educación.
A lo mejor, si recuperamos las formas, recuperaremos con ello el espíritu que las informaba, y nos sentiremos mejor en la convivencia con nuestros congéneres, con los que comparten nuestro destino y nuestra vida.
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