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El barco a la deriva
El abandono de barcos con la tripulación a bordo es una constante que se repite en los puertos de todo el mundo y en los españoles el fenómeno va al alza. El "balla G"por ejemplo es un petrolero que lleva abandonado 7 meses en el Puerto de la Luz de Gran Canaria. Sus 14 tripulantes malviven en el barco sin percibir sus sueldos, sin luz ni agua y a expensas de la caridad de organizaciones como Stella Maris. Como el "balla G"en el Puerto de Gran Canaria hay otros muchos barcos abandonados con la tripulación atrapada en ella. Los que conocen las leyes del mar dicen que este fenómeno es "la nueva esclavitud del siglo XXI" Ciertamente desde el año 2001 hasta la fecha han aumentado los casos de abandono de la misma forma que han aumentado las banderas conveniencia, o lo que es lo mismo inscribir un barco en países como Liberia o Panamá con unas leyes muy blandas. "A la deriva" Es un reportaje de Cristina Fernández, Sara Boldú y Santi Hernández.
http://www.rtve.es/alacarta/#694920
http://www.rtve.es/alacarta/#694920
José Miguel Lorenzo Arribas
"... En castellano, la lista de términos para decir, de una u otra manera, «prostituta», es casi interminable, siendo ya un topos las enumeraciones de los mismos a cargo de escritores (varones) de todas las épocas, que en una especie de ejercicio áulico exhiben una erudición acumulativa de términos que deben considerar graciosa.
En el caso de hoy, vamos a ocuparnos de la palabra ‘cortesana’, ambigua y polisémica, y un buen ejemplo de palabras no simétricas, es decir, aquellas cuyo significado varía según el género gramatical del vocablo, casi siempre peyorativizando el sustantivo femenino. Así, ‘cortesana’ debía ser, sin más la mujer que hace de la vida en la corte su oficio, o quien allí ejercita un honor, como damas, camareras y ayas que pululaban por los pasillos de palacio en los siglos de la Modernidad. Esta palabra, derivada del latín cohors, cohortis, en su variante masculina hace su aparición en forma sustantivada, vía Italia (cortegiano) hacia finales del siglo XV, como recuerda Corominas. Antes, como adjetivo, ‘cortesana/o’ inundó los textos y contextos del movimiento trovadoresco occitano, cuando la cortesía pasó a ser, más que una actitud, un modo de vida y de entender el mundo y sus relaciones. De ese ámbito semántico deriva el verbo «cortejar», pues moverse en la corte debía tener mucho de eso, siempre a expensas de arbitrariedades y favores del poderoso, como los que el dueño del cortijo (de la misma raíz etimológica) ejercía con respecto a quienes malvivían en sus gañanías.
Hoy, el RAE describe ‘cortesana’, en su séptima acepción como «mujer de costumbres libres», definición de regusto tan literario como obsoleto y contraproducente, porque lo que quiere decir realmente es lo que expresa en la entrada ‘dama cortesana’: «ramera de calidad», y nos dejamos de eufemismos. «Mujeres libres» o «sueltas» fueron, desde el siglo XVI, aquellas prostitutas que no ejercían su oficio en la mancebía, y por tanto no se sujetaban a los designios de ningún rufián, perseguidas por las autoridades con mucha mayor saña por cuanto que faltaba el referente masculino de legitimación, necesario en las estructuras de dominio patriarcal. Cuando en noviembre de 1559 se quema en un auto de fe en Valladolid, junto a otras/os 29 personas, a una beata del monasterio de Belén, se la acusa de actuar «como muger libre sin pastor». La libertad estaba penada......"
"... En castellano, la lista de términos para decir, de una u otra manera, «prostituta», es casi interminable, siendo ya un topos las enumeraciones de los mismos a cargo de escritores (varones) de todas las épocas, que en una especie de ejercicio áulico exhiben una erudición acumulativa de términos que deben considerar graciosa.
En el caso de hoy, vamos a ocuparnos de la palabra ‘cortesana’, ambigua y polisémica, y un buen ejemplo de palabras no simétricas, es decir, aquellas cuyo significado varía según el género gramatical del vocablo, casi siempre peyorativizando el sustantivo femenino. Así, ‘cortesana’ debía ser, sin más la mujer que hace de la vida en la corte su oficio, o quien allí ejercita un honor, como damas, camareras y ayas que pululaban por los pasillos de palacio en los siglos de la Modernidad. Esta palabra, derivada del latín cohors, cohortis, en su variante masculina hace su aparición en forma sustantivada, vía Italia (cortegiano) hacia finales del siglo XV, como recuerda Corominas. Antes, como adjetivo, ‘cortesana/o’ inundó los textos y contextos del movimiento trovadoresco occitano, cuando la cortesía pasó a ser, más que una actitud, un modo de vida y de entender el mundo y sus relaciones. De ese ámbito semántico deriva el verbo «cortejar», pues moverse en la corte debía tener mucho de eso, siempre a expensas de arbitrariedades y favores del poderoso, como los que el dueño del cortijo (de la misma raíz etimológica) ejercía con respecto a quienes malvivían en sus gañanías.
Hoy, el RAE describe ‘cortesana’, en su séptima acepción como «mujer de costumbres libres», definición de regusto tan literario como obsoleto y contraproducente, porque lo que quiere decir realmente es lo que expresa en la entrada ‘dama cortesana’: «ramera de calidad», y nos dejamos de eufemismos. «Mujeres libres» o «sueltas» fueron, desde el siglo XVI, aquellas prostitutas que no ejercían su oficio en la mancebía, y por tanto no se sujetaban a los designios de ningún rufián, perseguidas por las autoridades con mucha mayor saña por cuanto que faltaba el referente masculino de legitimación, necesario en las estructuras de dominio patriarcal. Cuando en noviembre de 1559 se quema en un auto de fe en Valladolid, junto a otras/os 29 personas, a una beata del monasterio de Belén, se la acusa de actuar «como muger libre sin pastor». La libertad estaba penada......"
Este cabrón sí que sabe mucho de gilipolladas y gilipollas. De tal palo, tal astilla.
>Barcelona написал:
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>En realidad, todo gira en torno a la diferencia entre ser un gilipollas o ser un cabrón. Los cabrones (véase el documental "Inside Job") viven a expensas de los gilipollas del mundo. Viven de sus necesidades, de sus esperanzas, de sus casas, de su futuro y del futuro de sus hijos, les roban sin aportar riqueza porque son estafadores a gran escala. Ni que decir tiene que los gilipollas somos la inmensa mayoría, que hemos asistido estupefactos a la gigantesca corrupción financiera que ha llevado al mundo a esta trágica crisis.
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>Es posible que consideréis la dualidad gilipollas/cabrones un tanto injusta y esquemática. Pues bien, no tengo alternativa y me reafirmo. Me podéis preguntar: ¿por qué considerar gilipollas a las víctimas de las estafas de las subprimes? Pues muy sencillo: porque los culpables no solo no han ido a la cárcel, sino que han abandonado con indemnizaciones millonarias las empresas que destruyeron. ¿No nos hace sentir eso un poco gilipollas? Los estados de los países occidentales han asistido a la estafa con quejas, subvenciones y poco más. En algunos de esos estados, los cabrones han conseguido meterse en la tarea pública y desregular, liberalizar y allanarse el camino para poder llevar a cabo sus acciones criminales con total impunidad. Cuando sus gigantescas empresas se han hundido al mismo ritmo que crecían sus cuentas personales, se han largado con el botín y en paz. ¿No nos hace sentir todo esto un poco gilipollas?
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>Vamos ahora con la otra actividad indecente por excelencia, que es la compra de valores al descubierto y a la baja. Algunos dicen que estamos a las puertas de una nueva crisis debido al endeudamiento de los estados, la especulación sobre nuestra deuda pública y los ataques contra nuestros bancos. Parece que algo empieza a moverse en la dirección de legislar para que eso no sea posible. De momento, durante algunas semanas los cabrones de las compras a la baja lo tendrán un poco más difícil. La deuda pública potencialmente impagada puede convertirse en bonos basura al cuadrado que hundan de nuevo el sistema.
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>Aquí vamos al cuento de la libertad, de la «mano invisible» de Adam Smith y de que un mercado libre todo lo soluciona y todo lo compensa. Aquí vamos al cuento chino del Tea Party, que cree que el Estado debe minimizarse para no gastar y otros ocupar sus funciones con sus esplendorosas empresas de cabrones. Aquí vamos al liberalismo a ultranza de los Thatcher, Reagan, Bush y compañía (Clinton también siguió desregulando). Aquí vamos a que todo vale en nombre de su deleznable, egoísta y neodarwinista idea de la libertad y de la ley del más fuerte. Se adueñan del mundo y, efectivamente, nos convierten en gilipollas.
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>Nos queda la gris, mediocre y humilde socialdemocracia. Octavio Paz pedía en un breve testamento político que no se utilizasen jamás palabras en mayúscula en política, porque mataban. Socialdemocracia, sí, pero con agallas y plantando cara al mangoneo organizado mediante la fuerza de millones de gilipollas. Somos más y es la única forma de dejar de serlo. ¿Pura utopía? Yo qué sé.
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>Xavier Sardà (periodista)
>El Periódico de Cataluña
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>Barcelona написал:
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>En realidad, todo gira en torno a la diferencia entre ser un gilipollas o ser un cabrón. Los cabrones (véase el documental "Inside Job") viven a expensas de los gilipollas del mundo. Viven de sus necesidades, de sus esperanzas, de sus casas, de su futuro y del futuro de sus hijos, les roban sin aportar riqueza porque son estafadores a gran escala. Ni que decir tiene que los gilipollas somos la inmensa mayoría, que hemos asistido estupefactos a la gigantesca corrupción financiera que ha llevado al mundo a esta trágica crisis.
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>Es posible que consideréis la dualidad gilipollas/cabrones un tanto injusta y esquemática. Pues bien, no tengo alternativa y me reafirmo. Me podéis preguntar: ¿por qué considerar gilipollas a las víctimas de las estafas de las subprimes? Pues muy sencillo: porque los culpables no solo no han ido a la cárcel, sino que han abandonado con indemnizaciones millonarias las empresas que destruyeron. ¿No nos hace sentir eso un poco gilipollas? Los estados de los países occidentales han asistido a la estafa con quejas, subvenciones y poco más. En algunos de esos estados, los cabrones han conseguido meterse en la tarea pública y desregular, liberalizar y allanarse el camino para poder llevar a cabo sus acciones criminales con total impunidad. Cuando sus gigantescas empresas se han hundido al mismo ritmo que crecían sus cuentas personales, se han largado con el botín y en paz. ¿No nos hace sentir todo esto un poco gilipollas?
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>Vamos ahora con la otra actividad indecente por excelencia, que es la compra de valores al descubierto y a la baja. Algunos dicen que estamos a las puertas de una nueva crisis debido al endeudamiento de los estados, la especulación sobre nuestra deuda pública y los ataques contra nuestros bancos. Parece que algo empieza a moverse en la dirección de legislar para que eso no sea posible. De momento, durante algunas semanas los cabrones de las compras a la baja lo tendrán un poco más difícil. La deuda pública potencialmente impagada puede convertirse en bonos basura al cuadrado que hundan de nuevo el sistema.
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>Aquí vamos al cuento de la libertad, de la «mano invisible» de Adam Smith y de que un mercado libre todo lo soluciona y todo lo compensa. Aquí vamos al cuento chino del Tea Party, que cree que el Estado debe minimizarse para no gastar y otros ocupar sus funciones con sus esplendorosas empresas de cabrones. Aquí vamos al liberalismo a ultranza de los Thatcher, Reagan, Bush y compañía (Clinton también siguió desregulando). Aquí vamos a que todo vale en nombre de su deleznable, egoísta y neodarwinista idea de la libertad y de la ley del más fuerte. Se adueñan del mundo y, efectivamente, nos convierten en gilipollas.
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>Nos queda la gris, mediocre y humilde socialdemocracia. Octavio Paz pedía en un breve testamento político que no se utilizasen jamás palabras en mayúscula en política, porque mataban. Socialdemocracia, sí, pero con agallas y plantando cara al mangoneo organizado mediante la fuerza de millones de gilipollas. Somos más y es la única forma de dejar de serlo. ¿Pura utopía? Yo qué sé.
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>Xavier Sardà (periodista)
>El Periódico de Cataluña
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Gilipollas y cabrones (con perdón), artículo de Xavier Sardà
En realidad, todo gira en torno a la diferencia entre ser un gilipollas o ser un cabrón. Los cabrones (véase el documental "Inside Job") viven a expensas de los gilipollas del mundo. Viven de sus necesidades, de sus esperanzas, de sus casas, de su futuro y del futuro de sus hijos, les roban sin aportar riqueza porque son estafadores a gran escala. Ni que decir tiene que los gilipollas somos la inmensa mayoría, que hemos asistido estupefactos a la gigantesca corrupción financiera que ha llevado al mundo a esta trágica crisis.
Es posible que consideréis la dualidad gilipollas/cabrones un tanto injusta y esquemática. Pues bien, no tengo alternativa y me reafirmo. Me podéis preguntar: ¿por qué considerar gilipollas a las víctimas de las estafas de las subprimes? Pues muy sencillo: porque los culpables no solo no han ido a la cárcel, sino que han abandonado con indemnizaciones millonarias las empresas que destruyeron. ¿No nos hace sentir eso un poco gilipollas? Los estados de los países occidentales han asistido a la estafa con quejas, subvenciones y poco más. En algunos de esos estados, los cabrones han conseguido meterse en la tarea pública y desregular, liberalizar y allanarse el camino para poder llevar a cabo sus acciones criminales con total impunidad. Cuando sus gigantescas empresas se han hundido al mismo ritmo que crecían sus cuentas personales, se han largado con el botín y en paz. ¿No nos hace sentir todo esto un poco gilipollas?
Vamos ahora con la otra actividad indecente por excelencia, que es la compra de valores al descubierto y a la baja. Algunos dicen que estamos a las puertas de una nueva crisis debido al endeudamiento de los estados, la especulación sobre nuestra deuda pública y los ataques contra nuestros bancos. Parece que algo empieza a moverse en la dirección de legislar para que eso no sea posible. De momento, durante algunas semanas los cabrones de las compras a la baja lo tendrán un poco más difícil. La deuda pública potencialmente impagada puede convertirse en bonos basura al cuadrado que hundan de nuevo el sistema.
Aquí vamos al cuento de la libertad, de la «mano invisible» de Adam Smith y de que un mercado libre todo lo soluciona y todo lo compensa. Aquí vamos al cuento chino del Tea Party, que cree que el Estado debe minimizarse para no gastar y otros ocupar sus funciones con sus esplendorosas empresas de cabrones. Aquí vamos al liberalismo a ultranza de los Thatcher, Reagan, Bush y compañía (Clinton también siguió desregulando). Aquí vamos a que todo vale en nombre de su deleznable, egoísta y neodarwinista idea de la libertad y de la ley del más fuerte. Se adueñan del mundo y, efectivamente, nos convierten en gilipollas.
Nos queda la gris, mediocre y humilde socialdemocracia. Octavio Paz pedía en un breve testamento político que no se utilizasen jamás palabras en mayúscula en política, porque mataban. Socialdemocracia, sí, pero con agallas y plantando cara al mangoneo organizado mediante la fuerza de millones de gilipollas. Somos más y es la única forma de dejar de serlo. ¿Pura utopía? Yo qué sé.
Xavier Sardà (periodista)
El Periódico de Cataluña
Es posible que consideréis la dualidad gilipollas/cabrones un tanto injusta y esquemática. Pues bien, no tengo alternativa y me reafirmo. Me podéis preguntar: ¿por qué considerar gilipollas a las víctimas de las estafas de las subprimes? Pues muy sencillo: porque los culpables no solo no han ido a la cárcel, sino que han abandonado con indemnizaciones millonarias las empresas que destruyeron. ¿No nos hace sentir eso un poco gilipollas? Los estados de los países occidentales han asistido a la estafa con quejas, subvenciones y poco más. En algunos de esos estados, los cabrones han conseguido meterse en la tarea pública y desregular, liberalizar y allanarse el camino para poder llevar a cabo sus acciones criminales con total impunidad. Cuando sus gigantescas empresas se han hundido al mismo ritmo que crecían sus cuentas personales, se han largado con el botín y en paz. ¿No nos hace sentir todo esto un poco gilipollas?
Vamos ahora con la otra actividad indecente por excelencia, que es la compra de valores al descubierto y a la baja. Algunos dicen que estamos a las puertas de una nueva crisis debido al endeudamiento de los estados, la especulación sobre nuestra deuda pública y los ataques contra nuestros bancos. Parece que algo empieza a moverse en la dirección de legislar para que eso no sea posible. De momento, durante algunas semanas los cabrones de las compras a la baja lo tendrán un poco más difícil. La deuda pública potencialmente impagada puede convertirse en bonos basura al cuadrado que hundan de nuevo el sistema.
Aquí vamos al cuento de la libertad, de la «mano invisible» de Adam Smith y de que un mercado libre todo lo soluciona y todo lo compensa. Aquí vamos al cuento chino del Tea Party, que cree que el Estado debe minimizarse para no gastar y otros ocupar sus funciones con sus esplendorosas empresas de cabrones. Aquí vamos al liberalismo a ultranza de los Thatcher, Reagan, Bush y compañía (Clinton también siguió desregulando). Aquí vamos a que todo vale en nombre de su deleznable, egoísta y neodarwinista idea de la libertad y de la ley del más fuerte. Se adueñan del mundo y, efectivamente, nos convierten en gilipollas.
Nos queda la gris, mediocre y humilde socialdemocracia. Octavio Paz pedía en un breve testamento político que no se utilizasen jamás palabras en mayúscula en política, porque mataban. Socialdemocracia, sí, pero con agallas y plantando cara al mangoneo organizado mediante la fuerza de millones de gilipollas. Somos más y es la única forma de dejar de serlo. ¿Pura utopía? Yo qué sé.
Xavier Sardà (periodista)
El Periódico de Cataluña
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