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Gilipollas y cabrones (con perdón), artículo de Xavier Sardà
En realidad, todo gira en torno a la diferencia entre ser un gilipollas o ser un cabrón. Los cabrones (véase el documental "Inside Job") viven a expensas de los gilipollas del mundo. Viven de sus necesidades, de sus esperanzas, de sus casas, de su futuro y del futuro de sus hijos, les roban sin aportar riqueza porque son estafadores a gran escala. Ni que decir tiene que los gilipollas somos la inmensa mayoría, que hemos asistido estupefactos a la gigantesca corrupción financiera que ha llevado al mundo a esta trágica crisis.
Es posible que consideréis la dualidad gilipollas/cabrones un tanto injusta y esquemática. Pues bien, no tengo alternativa y me reafirmo. Me podéis preguntar: ¿por qué considerar gilipollas a las víctimas de las estafas de las subprimes? Pues muy sencillo: porque los culpables no solo no han ido a la cárcel, sino que han abandonado con indemnizaciones millonarias las empresas que destruyeron. ¿No nos hace sentir eso un poco gilipollas? Los estados de los países occidentales han asistido a la estafa con quejas, subvenciones y poco más. En algunos de esos estados, los cabrones han conseguido meterse en la tarea pública y desregular, liberalizar y allanarse el camino para poder llevar a cabo sus acciones criminales con total impunidad. Cuando sus gigantescas empresas se han hundido al mismo ritmo que crecían sus cuentas personales, se han largado con el botín y en paz. ¿No nos hace sentir todo esto un poco gilipollas?
Vamos ahora con la otra actividad indecente por excelencia, que es la compra de valores al descubierto y a la baja. Algunos dicen que estamos a las puertas de una nueva crisis debido al endeudamiento de los estados, la especulación sobre nuestra deuda pública y los ataques contra nuestros bancos. Parece que algo empieza a moverse en la dirección de legislar para que eso no sea posible. De momento, durante algunas semanas los cabrones de las compras a la baja lo tendrán un poco más difícil. La deuda pública potencialmente impagada puede convertirse en bonos basura al cuadrado que hundan de nuevo el sistema.
Aquí vamos al cuento de la libertad, de la «mano invisible» de Adam Smith y de que un mercado libre todo lo soluciona y todo lo compensa. Aquí vamos al cuento chino del Tea Party, que cree que el Estado debe minimizarse para no gastar y otros ocupar sus funciones con sus esplendorosas empresas de cabrones. Aquí vamos al liberalismo a ultranza de los Thatcher, Reagan, Bush y compañía (Clinton también siguió desregulando). Aquí vamos a que todo vale en nombre de su deleznable, egoísta y neodarwinista idea de la libertad y de la ley del más fuerte. Se adueñan del mundo y, efectivamente, nos convierten en gilipollas.
Nos queda la gris, mediocre y humilde socialdemocracia. Octavio Paz pedía en un breve testamento político que no se utilizasen jamás palabras en mayúscula en política, porque mataban. Socialdemocracia, sí, pero con agallas y plantando cara al mangoneo organizado mediante la fuerza de millones de gilipollas. Somos más y es la única forma de dejar de serlo. ¿Pura utopía? Yo qué sé.
Xavier Sardà (periodista)
El Periódico de Cataluña
Es posible que consideréis la dualidad gilipollas/cabrones un tanto injusta y esquemática. Pues bien, no tengo alternativa y me reafirmo. Me podéis preguntar: ¿por qué considerar gilipollas a las víctimas de las estafas de las subprimes? Pues muy sencillo: porque los culpables no solo no han ido a la cárcel, sino que han abandonado con indemnizaciones millonarias las empresas que destruyeron. ¿No nos hace sentir eso un poco gilipollas? Los estados de los países occidentales han asistido a la estafa con quejas, subvenciones y poco más. En algunos de esos estados, los cabrones han conseguido meterse en la tarea pública y desregular, liberalizar y allanarse el camino para poder llevar a cabo sus acciones criminales con total impunidad. Cuando sus gigantescas empresas se han hundido al mismo ritmo que crecían sus cuentas personales, se han largado con el botín y en paz. ¿No nos hace sentir todo esto un poco gilipollas?
Vamos ahora con la otra actividad indecente por excelencia, que es la compra de valores al descubierto y a la baja. Algunos dicen que estamos a las puertas de una nueva crisis debido al endeudamiento de los estados, la especulación sobre nuestra deuda pública y los ataques contra nuestros bancos. Parece que algo empieza a moverse en la dirección de legislar para que eso no sea posible. De momento, durante algunas semanas los cabrones de las compras a la baja lo tendrán un poco más difícil. La deuda pública potencialmente impagada puede convertirse en bonos basura al cuadrado que hundan de nuevo el sistema.
Aquí vamos al cuento de la libertad, de la «mano invisible» de Adam Smith y de que un mercado libre todo lo soluciona y todo lo compensa. Aquí vamos al cuento chino del Tea Party, que cree que el Estado debe minimizarse para no gastar y otros ocupar sus funciones con sus esplendorosas empresas de cabrones. Aquí vamos al liberalismo a ultranza de los Thatcher, Reagan, Bush y compañía (Clinton también siguió desregulando). Aquí vamos a que todo vale en nombre de su deleznable, egoísta y neodarwinista idea de la libertad y de la ley del más fuerte. Se adueñan del mundo y, efectivamente, nos convierten en gilipollas.
Nos queda la gris, mediocre y humilde socialdemocracia. Octavio Paz pedía en un breve testamento político que no se utilizasen jamás palabras en mayúscula en política, porque mataban. Socialdemocracia, sí, pero con agallas y plantando cara al mangoneo organizado mediante la fuerza de millones de gilipollas. Somos más y es la única forma de dejar de serlo. ¿Pura utopía? Yo qué sé.
Xavier Sardà (periodista)
El Periódico de Cataluña
¿Sabía usted cómo son las cosas en "las isla de la libertad"?
"Rolando Colón, 48 años, chofer de un taxi particular está que trina. “Socio, es que no hay ni sal. Si a esto le añades que en el mercado estatal o en el negro tampoco hay aceite, arroz o pollo, entonces ya tenemos montado el drama. Todos los días salgo a manejar 12 horas y con dinero en mano no puedo comprar absolutamente nada, sólo algo de pescado, que de comerlo tanto creo que me van a salir escamas”, expresa de forma apasionada el taxista habanero.
Todos se quejan. Los alimentos esenciales han elevados sus precios en el mercado clandestino. El arroz, de 4.50 pesos (30 centavos de dólar) subió a 8 pesos (50 centavos de dólar) y la sal de 5 pesos a 10 una bolsa de un kilo. La carne de res y el pollo están desaparecidos en combate. El malestar en Cuba por lo arduo que resulta conseguir alimentos tiene a las personas con dolores de cabeza. No es para menos. Llevar un poco de comida a la mesa es una misión casi imposible.
Si tienes moneda dura tu suerte cambia. En las tiendas exclusivas en divisas aún se puede comprar carne, pollo, pescado, aceite. Pero los precios están por las nubes.
Un kilo de corte de filete de res supera los 22 pesos cubanos convertibles o cuc (530 pesos o 20 dólares); el de queso gouda 11 cuc (264 pesos o 10 dólares; un pedazo de jamón que está lejos de ser el de Jabugo, casi 10 cuc (240 pesos o 8 dólares). Y sigo con las cifras.
Un kilo de pescado ronda los 8 cuc (7 dólares o 200 pesos); el litro de aceite vegetal 2.15 cuc, el más barato (50 pesos o 2 dólares), y si le gusta la dieta mediterránea, entonces tiene que gastar una pasta, pues el litro de aceite de oliva cuesta 7.20 cuc (175 pesos o 6 dólares).
Carlos Henaldo, turista español, no puede creerlo. “Tío, es que la comida en La Habana es más cara que en Nueva York, joder ¿cómo cenan ustedes?”, señala con cierta intriga.
La respuesta se la puede dar Josefa Canales, 64 años, ama de casa. “Inventando, cada nuevo día que empieza, me siento con las dos manos en la cabeza y me pregunto ¿qué carajo vamos a comer hoy? Luego me calmo, y me pongo a improvisar. Mire usted, mis tres hijas y mi yerno, que tiene parientes en el extranjero, me dan mensualmente más de 120 cuc (100 dólares o 3 mil pesos) para comprar alimentos".
"El problema no es sólo de dinero. Es que en el mercado estatal en pesos apenas hay nada, y cuando llegan naranjas, papas o carne de cerdo, las colas son muy largas. Por supuesto, no puedo gastar toda la plata en comprar alimentos en divisas, pues no me alcanzaría para el mes completo. Si esto sucede en mi casa, donde tenemos una entrada de dinero superior a la media en Cuba, me imagino lo difícil que la deben estar pasando las personas que viven de su salario”, explica Josefa con una lógica contundente.
Otras familias como la de Donato Méndez, 56 años, obrero de una fábrica de acero y padre de dos hijos, se aprietan el cinturón y nada más pueden hacer una comida caliente al día. “Desayunamos café y un panecillo, a mí y a mi esposa ya no nos dan almuerzo en el trabajo. Con los 15 pesos que dan para almorzar, compramos huevos, pan o tomates para la cena, muy pocas veces carne de cerdo. Mis hijos cuando vienen de la Universidad siempre vienen hambrientos, para que calmen el apetito, les damos pan con tortilla y en la cena mucho arroz, frijoles, ensalada, si hay, y de vez en cuando, algo de carne”, señala Donato, un negro de manos grandes y callosas.
Como promedio, en la isla una familia se gasta el 80 por ciento que gana o recibe en comer. Y ni así uno puede asegurar que cenará lo que le apetezca. Si tienes familia al otro lado del charco, entonces comes un poco mejor, pero también tienes que destinar la mayor parte de los dólares a los alimentos.
La alimentación es y ha sido el gran problema sin resolver del gobierno de los hermanos Castro en más de 50 años. Su asignatura suspensa. En Cuba se vive para comer. Nada del otro mundo. Lo que se pueda." La ortografía y los giros gramaticales y léxicos del original se han conservado.
"Rolando Colón, 48 años, chofer de un taxi particular está que trina. “Socio, es que no hay ni sal. Si a esto le añades que en el mercado estatal o en el negro tampoco hay aceite, arroz o pollo, entonces ya tenemos montado el drama. Todos los días salgo a manejar 12 horas y con dinero en mano no puedo comprar absolutamente nada, sólo algo de pescado, que de comerlo tanto creo que me van a salir escamas”, expresa de forma apasionada el taxista habanero.
Todos se quejan. Los alimentos esenciales han elevados sus precios en el mercado clandestino. El arroz, de 4.50 pesos (30 centavos de dólar) subió a 8 pesos (50 centavos de dólar) y la sal de 5 pesos a 10 una bolsa de un kilo. La carne de res y el pollo están desaparecidos en combate. El malestar en Cuba por lo arduo que resulta conseguir alimentos tiene a las personas con dolores de cabeza. No es para menos. Llevar un poco de comida a la mesa es una misión casi imposible.
Si tienes moneda dura tu suerte cambia. En las tiendas exclusivas en divisas aún se puede comprar carne, pollo, pescado, aceite. Pero los precios están por las nubes.
Un kilo de corte de filete de res supera los 22 pesos cubanos convertibles o cuc (530 pesos o 20 dólares); el de queso gouda 11 cuc (264 pesos o 10 dólares; un pedazo de jamón que está lejos de ser el de Jabugo, casi 10 cuc (240 pesos o 8 dólares). Y sigo con las cifras.
Un kilo de pescado ronda los 8 cuc (7 dólares o 200 pesos); el litro de aceite vegetal 2.15 cuc, el más barato (50 pesos o 2 dólares), y si le gusta la dieta mediterránea, entonces tiene que gastar una pasta, pues el litro de aceite de oliva cuesta 7.20 cuc (175 pesos o 6 dólares).
Carlos Henaldo, turista español, no puede creerlo. “Tío, es que la comida en La Habana es más cara que en Nueva York, joder ¿cómo cenan ustedes?”, señala con cierta intriga.
La respuesta se la puede dar Josefa Canales, 64 años, ama de casa. “Inventando, cada nuevo día que empieza, me siento con las dos manos en la cabeza y me pregunto ¿qué carajo vamos a comer hoy? Luego me calmo, y me pongo a improvisar. Mire usted, mis tres hijas y mi yerno, que tiene parientes en el extranjero, me dan mensualmente más de 120 cuc (100 dólares o 3 mil pesos) para comprar alimentos".
"El problema no es sólo de dinero. Es que en el mercado estatal en pesos apenas hay nada, y cuando llegan naranjas, papas o carne de cerdo, las colas son muy largas. Por supuesto, no puedo gastar toda la plata en comprar alimentos en divisas, pues no me alcanzaría para el mes completo. Si esto sucede en mi casa, donde tenemos una entrada de dinero superior a la media en Cuba, me imagino lo difícil que la deben estar pasando las personas que viven de su salario”, explica Josefa con una lógica contundente.
Otras familias como la de Donato Méndez, 56 años, obrero de una fábrica de acero y padre de dos hijos, se aprietan el cinturón y nada más pueden hacer una comida caliente al día. “Desayunamos café y un panecillo, a mí y a mi esposa ya no nos dan almuerzo en el trabajo. Con los 15 pesos que dan para almorzar, compramos huevos, pan o tomates para la cena, muy pocas veces carne de cerdo. Mis hijos cuando vienen de la Universidad siempre vienen hambrientos, para que calmen el apetito, les damos pan con tortilla y en la cena mucho arroz, frijoles, ensalada, si hay, y de vez en cuando, algo de carne”, señala Donato, un negro de manos grandes y callosas.
Como promedio, en la isla una familia se gasta el 80 por ciento que gana o recibe en comer. Y ni así uno puede asegurar que cenará lo que le apetezca. Si tienes familia al otro lado del charco, entonces comes un poco mejor, pero también tienes que destinar la mayor parte de los dólares a los alimentos.
La alimentación es y ha sido el gran problema sin resolver del gobierno de los hermanos Castro en más de 50 años. Su asignatura suspensa. En Cuba se vive para comer. Nada del otro mundo. Lo que se pueda." La ortografía y los giros gramaticales y léxicos del original se han conservado.
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