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Según mi parecer, el termómetro que marca el grado de adicción de este sitio son los dos indicadores Самые активные пользователи y Пользователи с самым высоким рейтингом. Los motivos son evidentes, sobre todo para las personas perspicaces que ya conocen cómo funcionan muchos de estos usuarios. Saludos, Kaputnik.
Quienquiera puede ser campanudo y clamar afectuosamente por la justicia universal, pero nadie es capaz de suprimir los instintos salvajes del ser humano que son más hihueputas que de cualquier otra fiera salvaje. Como ya dijo el amigo Alfredo, en la historia humana siempre prevalecieron con creces las cosas más inicuas, bestiales y desagradables, nada que hacer, esas bazofias son congénitas en homo sapiens como género y les ganan por completo a las nimias virtudes positivas del mismo. Para no hablar en vano lean este articulo sobre la cosa más atroz que se puede imaginar que, sin embargo, se practico abiertamente en todas las naciones y pueblos del mundo sin excepción - el infanticidio. Solo los pendejos pueden estar seguros que estos horrendos crímenes quedaron en el pasado. Hoy en día se siguen practicando, pero clandestinamente, en cambio, en la antigüedad se consideraba una cosa normal y por eso no se escondía. Tal vez, solo los gregarios pueden alcanzar la verdadera felicidad en esta vida porque no son capaz de ver más allá de sus narices, son cortos, y por eso son capaces de ver solamente la parte superior de iceberg. Entre tanto, las personas perspicaces y escrupulosas nunca podrán salir de su aflicción perpetua, dado a que comprenden perfectamente la insalvable miserablesa y ruindad del genero humano. Bueno pues, lean el articulo:
http://es.wikipedia.org/wiki/Infanticidio
http://es.wikipedia.org/wiki/Infanticidio
El principal problema del hombre no es el machismo, ni racismo, ni desigualdad, sino la misma esencia de su ser, que es movida por las leyes básicas de la naturaleza, a las cuales la humanidad obedece como su inherente siervo. Desafortunadamente para nosotros, esas leyes básicas son supremamente egoístas, despiadadas y bestiales, sobre todo, cuando hay escasez de bienes elementales para poder subsistir, la cual persistirá siempre. Sólo una persona ciega, ingenua y con el cerebro perdidamente estancado puede creer sinceramente en el origen divino de la gente. Cualquier individuo perspicaz, repasando la historia de todos los países del mundo, fácilmente puede resumir una pauta común ineluctable para todos ellos, a saber, que eso era y sigue siendo una interminable carrera de iniquidad, infamia, asesinatos, crueldad y violencia más despiadadas - las que uno sólo puede imaginar- hacia todo lo que en un momento determinado hubiera sido más débil, desprotegido o indefenso.(esclavos, minorías, clases sociales inferiores, gente de otro color, mujeres y niños, naciones y grupos étnicos enteros, todos ellos desahuciados por las coyunturas históricas). Por esto, es completamente contraproducente siempre buscar al culpable,a un chivo expiatorio, en las expresiones particulares de quintaesencia humana, que pueden ser: Rojos, revolucionarios, reaccionarios, demócratas, gringos, maricas, corruptos, nacionalistas, violadores, curas, liberales, inteligencia, el julano y el fulano de tal etc. Todos ellos, caballeros, son nuestra propia efigie, por desgracia, nos guste o no nos guste. Para resumir, quiero citar un refrán ruso sobre el tema que me gusta tanto:
"Нечего на зеркало пинять, коли рожа крива". Ese refrán, compañeros, sin duda alguna, se refiere a todos nosotros, sin excepción.
"Нечего на зеркало пинять, коли рожа крива". Ese refrán, compañeros, sin duda alguna, se refiere a todos nosotros, sin excepción.
Cómo evitar ser necio?
«Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. El perspicaz se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia».
«El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece sensatísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se instala en su propia torpeza. Como esos insectos que no hay manera de extraer fuera del orificio en que habitan, no hay modo de desalojar al tonto de su tontería, llevarle de paseo un rato más allá de su ceguera y obligarle a que contraste su torpe visión habitual con otros modos de ver más sutiles».
«El tonto es vitalicio y sin poros. Por eso decía Anatole France que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio jamás».
Estas reflexiones de Ortega y Gasset resultan muy interesantes para todos, porque todos tenemos algo de necedad, y sobre todo porque sólo demostramos ser inteligentes cuando sabemos advertirla y escapar de ella con normalidad. Nos manifestamos inteligentes precisamente cuando advertimos que con nuestras intuiciones totalmente previsibles, con nuestra aburrida reiteración de prejuicios y estereotipos, con nuestra incapacidad para cambiar de punto de vista sobre las personas o los asuntos, o con nuestro ridículo empeño en aparecer como personas más documentadas e inteligentes de lo que somos, lo que demostramos en realidad con todo eso es que no hemos advertido que estábamos a dos dedos de ser tontos, o que lo hemos advertido pero no hemos sabido parar a tiempo.
Muy inteligentes pero tontos de remate
Todos incubamos necedad, y quizá debemos seguir el consejo de Ortega y atrevernos a dar un paseo más allá de nuestras seguridades, esforzarnos por contrastar nuestra visión de las cosas con las de otras personas, a las que quizá hasta ahora hemos menospreciado sin molestarnos mucho en entenderlas.
Ser tonto no es tener mayor o menor coeficiente intelectual. Todos conocemos personas con un CI modesto pero con una enorme sensatez. Y personas supuestamente muy inteligentes pero tan engreídas que son verdaderamente tontas. Los tontos han llegado a serlo a base de repetir actuaciones en las que les ciega una vanidad tonta, una susceptibilidad necia, una suficiencia estúpida o una envidia torpe.
Todos tenemos limitaciones, y demostramos inteligencia al advertirlas y procurar aceptarlas y superarlas poco a poco. El tonto, en cambio, no las advierte, y si las advierte, intenta disimularlas a todo trance, y eso nunca sale bien.
Contra tontería veracidad
Para no hacer el tonto, lo primero es estar dispuestos a reconocer la verdad de las cosas. "No conozco otro modo de extirpar un defecto o un vicio personal que declararlo y ponerlo sobre la mesa de la sinceridad", escribió Gregorio Marañón. Si somos sinceros advertiremos que con demasiada frecuencia nos empeñamos en mantener nuestra opinión aunque sea manifiestamente mejorable, o queremos aparentar una seguridad que no tenemos y hacemos entonces el ridículo más espantoso, o estamos demasiado pendientes de nuestro rango y resultamos patéticos.
Ser tonto tiene mucho que ver con el prejuicio y el estereotipo, pues ambos son jubilaciones del esfuerzo por pensar. Enjuiciamos todo con arreglo a lo que nos cae bien, a nuestra intuición quizá un poco apolillada por manías y obstinaciones. Nos dejamos llevar por antojos intelectuales que conducen a la ofuscación y a la terquedad. Permitimos que las ideas fijas sustituyan al pensamiento abierto y libre. Perdemos así la lozanía mental y nos aproximamos paso a paso al problema de ser tonto.
«El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece sensatísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se instala en su propia torpeza. Como esos insectos que no hay manera de extraer fuera del orificio en que habitan, no hay modo de desalojar al tonto de su tontería, llevarle de paseo un rato más allá de su ceguera y obligarle a que contraste su torpe visión habitual con otros modos de ver más sutiles».
«El tonto es vitalicio y sin poros. Por eso decía Anatole France que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio jamás».
Estas reflexiones de Ortega y Gasset resultan muy interesantes para todos, porque todos tenemos algo de necedad, y sobre todo porque sólo demostramos ser inteligentes cuando sabemos advertirla y escapar de ella con normalidad. Nos manifestamos inteligentes precisamente cuando advertimos que con nuestras intuiciones totalmente previsibles, con nuestra aburrida reiteración de prejuicios y estereotipos, con nuestra incapacidad para cambiar de punto de vista sobre las personas o los asuntos, o con nuestro ridículo empeño en aparecer como personas más documentadas e inteligentes de lo que somos, lo que demostramos en realidad con todo eso es que no hemos advertido que estábamos a dos dedos de ser tontos, o que lo hemos advertido pero no hemos sabido parar a tiempo.
Muy inteligentes pero tontos de remate
Todos incubamos necedad, y quizá debemos seguir el consejo de Ortega y atrevernos a dar un paseo más allá de nuestras seguridades, esforzarnos por contrastar nuestra visión de las cosas con las de otras personas, a las que quizá hasta ahora hemos menospreciado sin molestarnos mucho en entenderlas.
Ser tonto no es tener mayor o menor coeficiente intelectual. Todos conocemos personas con un CI modesto pero con una enorme sensatez. Y personas supuestamente muy inteligentes pero tan engreídas que son verdaderamente tontas. Los tontos han llegado a serlo a base de repetir actuaciones en las que les ciega una vanidad tonta, una susceptibilidad necia, una suficiencia estúpida o una envidia torpe.
Todos tenemos limitaciones, y demostramos inteligencia al advertirlas y procurar aceptarlas y superarlas poco a poco. El tonto, en cambio, no las advierte, y si las advierte, intenta disimularlas a todo trance, y eso nunca sale bien.
Contra tontería veracidad
Para no hacer el tonto, lo primero es estar dispuestos a reconocer la verdad de las cosas. "No conozco otro modo de extirpar un defecto o un vicio personal que declararlo y ponerlo sobre la mesa de la sinceridad", escribió Gregorio Marañón. Si somos sinceros advertiremos que con demasiada frecuencia nos empeñamos en mantener nuestra opinión aunque sea manifiestamente mejorable, o queremos aparentar una seguridad que no tenemos y hacemos entonces el ridículo más espantoso, o estamos demasiado pendientes de nuestro rango y resultamos patéticos.
Ser tonto tiene mucho que ver con el prejuicio y el estereotipo, pues ambos son jubilaciones del esfuerzo por pensar. Enjuiciamos todo con arreglo a lo que nos cae bien, a nuestra intuición quizá un poco apolillada por manías y obstinaciones. Nos dejamos llevar por antojos intelectuales que conducen a la ofuscación y a la terquedad. Permitimos que las ideas fijas sustituyan al pensamiento abierto y libre. Perdemos así la lozanía mental y nos aproximamos paso a paso al problema de ser tonto.
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