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Una vez empezado el tema, habrá que ampliar el léxico:
Gluteos, nalgas - de uso casi fino
pompi, culete - infantil y/o cursi
posaderas, trasero - diría que son de uso no del todo vulgar
Es curiosa la palabra " bullarengue" (referiéndose a la misma parte del cuerpo humano): antiguamente era una prenda que se colocaba en la parte posterior de la falda para darle volumen.
Gluteos, nalgas - de uso casi fino
pompi, culete - infantil y/o cursi
posaderas, trasero - diría que son de uso no del todo vulgar
Es curiosa la palabra " bullarengue" (referiéndose a la misma parte del cuerpo humano): antiguamente era una prenda que se colocaba en la parte posterior de la falda para darle volumen.
Yo tengo volúmen propia y no necesita esas palabros rraras.
>Yelena написал:
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>Una vez empezado el tema, habrá que ampliar el léxico:
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>Gluteos, nalgas - de uso casi fino
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>pompi, culete - infantil y/o cursi
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>posaderas, trasero - diría que son de uso no del todo vulgar
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>Es curiosa la palabra " bullarengue" (referiéndose a la misma parte del cuerpo humano): antiguamente era una prenda que se colocaba en la parte posterior de la falda para darle volumen.
>Yelena написал:
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>Una vez empezado el tema, habrá que ampliar el léxico:
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>Gluteos, nalgas - de uso casi fino
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>pompi, culete - infantil y/o cursi
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>posaderas, trasero - diría que son de uso no del todo vulgar
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>Es curiosa la palabra " bullarengue" (referiéndose a la misma parte del cuerpo humano): antiguamente era una prenda que se colocaba en la parte posterior de la falda para darle volumen.
Los que trabajamos de cara al público sabemos de la importancia de ser amables y parecer educados; seguimos insistiendo en dar los buenos días, en pedir las cosas por favor y en decir gracias. Pero para nuestra sorpresa, cada vez es más frecuente que los propios compañeros de oficio, ocupados en otros menesteres, se muestren contaminados por la rudeza, relajando su disciplina cortés y dejando a las claras su mala educación, la cual choca de frente con la actitud gentil, con la encomiable tenacidad que caracteriza al profesional del protocolo y las relaciones públicas, a la hora de desasnar al españolito que precisa de un cursillo acelerado de educación cívica. Es lo que tiene el poder, que convierte a algunos "don nadie" -de naturaleza sibilina- en tordos, en ejemplos de maldicientes que se preocupan que no medren los de su oficio, mostrándose ante la posible valía de sus iguales inseguros, por lo que abusan de la sonrisa melindre para enmarcar las falacias que tejen en torno a sus víctimas.
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas"
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas". Hoy, todos esos usos corteses, esas convenciones amables que las sociedades fueron construyendo a lo largo de los siglos, para facilitar la convivencia, parecen haber desaparecido de España, barridas por el huracán del desarrollo económico y de una supuesta modernización de las costumbres, tanto que no resulta sorprendente que nos hayamos convertido en los últimos años en un pueblo áspero y zafio, porque, en mi infancia, a los niños se nos enseñaba todavía a saludar, a dar las gracias, a ceder el asiento en el autobús a las embarazadas, a respetar a los demás, a sostener la puerta para dejar pasar a un incapacitado, por ejemplo. Hoy, es bastante raro que un muchacho levante sus posaderas del asiento para ofrecerle el sitio a la ancianita más achacosa y temblorosa que imaginarse pueda, pero si que es común ver a una madre cargada hasta las cejas de paquetes, caminando por una acera estrecha, y flanqueada por el gamberro de su hijo adolescente, un grandullón de pantalones caídos y gorra con la visera hacia atrás, que va tocándose las narices con las manos vacías.
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas"
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas". Hoy, todos esos usos corteses, esas convenciones amables que las sociedades fueron construyendo a lo largo de los siglos, para facilitar la convivencia, parecen haber desaparecido de España, barridas por el huracán del desarrollo económico y de una supuesta modernización de las costumbres, tanto que no resulta sorprendente que nos hayamos convertido en los últimos años en un pueblo áspero y zafio, porque, en mi infancia, a los niños se nos enseñaba todavía a saludar, a dar las gracias, a ceder el asiento en el autobús a las embarazadas, a respetar a los demás, a sostener la puerta para dejar pasar a un incapacitado, por ejemplo. Hoy, es bastante raro que un muchacho levante sus posaderas del asiento para ofrecerle el sitio a la ancianita más achacosa y temblorosa que imaginarse pueda, pero si que es común ver a una madre cargada hasta las cejas de paquetes, caminando por una acera estrecha, y flanqueada por el gamberro de su hijo adolescente, un grandullón de pantalones caídos y gorra con la visera hacia atrás, que va tocándose las narices con las manos vacías.
Esto va como el culo.
Espero que disfruten esta historia
Esto va como el culo.
Cuando Sebastián Palomeque, harto de sufrir en silencio a sus hemorroides, se decidió a ir al hospital no era consciente del cariz que tomarían las cosas. A Sebastían simplemente ya no le funcionaban los baños de asiento; le había abandonado el toque mágico del remedio de su abuela a base de estramonio, y el frasco de Hemoal tampoco ayudaba. Necesitaba ayuda urgente y especializada si quería recuperar la habilidad de “sentarse”, así que pidió un taxi, se arrodilló en el asiento trasero dándole la espalda al atónito conductor, y pidió ser llevado directamente a urgencias.
En la consulta, de pie y apoyado de codos sobre la camilla, comenzó a notar que algo iba mal en cuanto el primer doctor se fijó en sus posaderas.
- “No puede ser”, barruntó el doctor desconcertado. “Es increíble”. Y añadió dando un grito: “Ribera, ven aquí a ver esto”.
Sebastián no se sorprendió demasiado. El grado de dolor le indicaba a las claras que el nivel de sus varices rectales tenía que ser extraordinario, así que no le alarmó que se requierese una segunda opinión.
Ribera llegó, y asombrado ante el espectáculo, se frotó los ojos hasta hacérselos enrojecer. “Es imposible, pero si es…., esa cosa es igual que ….. ¡Joder! No me atrevo ni a decirlo” comentó a voz en grito.
Sebastían, perplejo, comenzó a tranquilizarles. “Oigan, en mi familia las hemorroides son una cosa singular que se hereda de generación en generación. Supongo que habrán visto pocas como esta, pero por favor. No olviden el juramento hipocrático. ¡Tienen que ayudarme!”
Sin embargo, las voces del doctor Ribera habían alertado a Romualda la celadora. Aquella mujer era un poco bruta, aunque ideal cuando había que disolver a grupos numerosos empeñados en pasar con sus guitarras fuera del horario de visita. Romualda era de Albacete, y muy devota de la Virgen de los Montes. Así que cuando entró al box y se topó con dos doctores observando asombrados un culo, dedicó un solo segundo a contemplar aquella inflamación sanguinolenta y lo tuvo claro.
- “¡Por Dios Santo! Pero si es nuestra señora La Virgen de los Montes.” gritó en éxtasis la albaceteña.
- Ribera, asintió a regañadientes. “La verdad es que tiene un aire innegable. Con su corona, la silueta del niño en brazos, y hasta el arco estrellado en su base”.
- El primer doctor, un hombre de recta formación científica y caracter escéptico a prueba de bombas añadió. “Cierto, una de las pareidolias más asombrosas que me ha tocado tratar. Pero por favor, no olvidemos que hablamos de hemorroides, y que este joven necesita un calmante.”
Podemos imaginar la cara de sorpresa de Sebastián cuando los doctores, ayudados de dos espejos, le enseñaron el casual aspecto de su “maletero”. Lo que no podemos ni imaginar fue el enfado que se agarró cuando oyó el clic del móvil de Romualda, quien saltándose las elementales leyes de la discreción, fotografió aquel “bajorelieve”.
Continuirá
Esto va como el culo.
Cuando Sebastián Palomeque, harto de sufrir en silencio a sus hemorroides, se decidió a ir al hospital no era consciente del cariz que tomarían las cosas. A Sebastían simplemente ya no le funcionaban los baños de asiento; le había abandonado el toque mágico del remedio de su abuela a base de estramonio, y el frasco de Hemoal tampoco ayudaba. Necesitaba ayuda urgente y especializada si quería recuperar la habilidad de “sentarse”, así que pidió un taxi, se arrodilló en el asiento trasero dándole la espalda al atónito conductor, y pidió ser llevado directamente a urgencias.
En la consulta, de pie y apoyado de codos sobre la camilla, comenzó a notar que algo iba mal en cuanto el primer doctor se fijó en sus posaderas.
- “No puede ser”, barruntó el doctor desconcertado. “Es increíble”. Y añadió dando un grito: “Ribera, ven aquí a ver esto”.
Sebastián no se sorprendió demasiado. El grado de dolor le indicaba a las claras que el nivel de sus varices rectales tenía que ser extraordinario, así que no le alarmó que se requierese una segunda opinión.
Ribera llegó, y asombrado ante el espectáculo, se frotó los ojos hasta hacérselos enrojecer. “Es imposible, pero si es…., esa cosa es igual que ….. ¡Joder! No me atrevo ni a decirlo” comentó a voz en grito.
Sebastían, perplejo, comenzó a tranquilizarles. “Oigan, en mi familia las hemorroides son una cosa singular que se hereda de generación en generación. Supongo que habrán visto pocas como esta, pero por favor. No olviden el juramento hipocrático. ¡Tienen que ayudarme!”
Sin embargo, las voces del doctor Ribera habían alertado a Romualda la celadora. Aquella mujer era un poco bruta, aunque ideal cuando había que disolver a grupos numerosos empeñados en pasar con sus guitarras fuera del horario de visita. Romualda era de Albacete, y muy devota de la Virgen de los Montes. Así que cuando entró al box y se topó con dos doctores observando asombrados un culo, dedicó un solo segundo a contemplar aquella inflamación sanguinolenta y lo tuvo claro.
- “¡Por Dios Santo! Pero si es nuestra señora La Virgen de los Montes.” gritó en éxtasis la albaceteña.
- Ribera, asintió a regañadientes. “La verdad es que tiene un aire innegable. Con su corona, la silueta del niño en brazos, y hasta el arco estrellado en su base”.
- El primer doctor, un hombre de recta formación científica y caracter escéptico a prueba de bombas añadió. “Cierto, una de las pareidolias más asombrosas que me ha tocado tratar. Pero por favor, no olvidemos que hablamos de hemorroides, y que este joven necesita un calmante.”
Podemos imaginar la cara de sorpresa de Sebastián cuando los doctores, ayudados de dos espejos, le enseñaron el casual aspecto de su “maletero”. Lo que no podemos ni imaginar fue el enfado que se agarró cuando oyó el clic del móvil de Romualda, quien saltándose las elementales leyes de la discreción, fotografió aquel “bajorelieve”.
Continuirá
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