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Salvadoreñismo
Se hizo el soviético
Acabo de ver en un chat un identificador que reza: “Se hizo el soviético”. Inmediatamente pensé: “Este colega debe ser salvadoreño”… y no me equivoqué. Ahora bien, aunque entendemos la frase perfectamente, en nuestro contexto es quizás más usual ‘hacerse el suizo’ que ‘hacerse el soviético’. Curiosamente, en otras latitudes, como en la peninsular, dicen algo que nosotros no haríamos: ‘hacerse el sueco’. ¿Tantas nacionalidades para expresar lo mismo?
En fin, quién sabe por qué, pero así es…
Evidentemente, como era previsible, el Diccionario de la lengua española (DRAE 2001) recoge solo la acepción referida a ‘sueco’: “hacerse alguien el sueco” sería una “locución verbal coloquial” que significa “desentenderse de algo, fingir que no se entiende”, que es el exacto significado de nuestro ‘hacerse el suizo’ o ‘hacerse el soviético’. Sin embargo, que ni el DRAE ni los dos diccionarios de salvadoreñismos conocidos registren estas formas no quiere decir que no existan. Romero (2003), en su Diccionario de salvadoreñismos, solo menciona ‘hacerse’, verbo pronominal, con dos acepciones: la primera, “disimular: «No te hagás; pagáme»” (la tilde de ‘pagáme’ es de él, no mía); la segunda, “cagarse: «Me hice» «Te hiciste»”.
Casalbé (2002), en cambio, en su Puro guanaco. Diccionario de salvadoreñismos, únicamente recoge ‘soviético’ como “medio borracho, endrogado o medio tonto”.
Luego de ello, quedémonos por de pronto con ‘hacerse el soviético o el suizo”, voces típicas de El Salvador.
http://archive.laprensa.com.sv/20070707/dominical/destacado3.asp
Se hizo el soviético
Acabo de ver en un chat un identificador que reza: “Se hizo el soviético”. Inmediatamente pensé: “Este colega debe ser salvadoreño”… y no me equivoqué. Ahora bien, aunque entendemos la frase perfectamente, en nuestro contexto es quizás más usual ‘hacerse el suizo’ que ‘hacerse el soviético’. Curiosamente, en otras latitudes, como en la peninsular, dicen algo que nosotros no haríamos: ‘hacerse el sueco’. ¿Tantas nacionalidades para expresar lo mismo?
En fin, quién sabe por qué, pero así es…
Evidentemente, como era previsible, el Diccionario de la lengua española (DRAE 2001) recoge solo la acepción referida a ‘sueco’: “hacerse alguien el sueco” sería una “locución verbal coloquial” que significa “desentenderse de algo, fingir que no se entiende”, que es el exacto significado de nuestro ‘hacerse el suizo’ o ‘hacerse el soviético’. Sin embargo, que ni el DRAE ni los dos diccionarios de salvadoreñismos conocidos registren estas formas no quiere decir que no existan. Romero (2003), en su Diccionario de salvadoreñismos, solo menciona ‘hacerse’, verbo pronominal, con dos acepciones: la primera, “disimular: «No te hagás; pagáme»” (la tilde de ‘pagáme’ es de él, no mía); la segunda, “cagarse: «Me hice» «Te hiciste»”.
Casalbé (2002), en cambio, en su Puro guanaco. Diccionario de salvadoreñismos, únicamente recoge ‘soviético’ como “medio borracho, endrogado o medio tonto”.
Luego de ello, quedémonos por de pronto con ‘hacerse el soviético o el suizo”, voces típicas de El Salvador.
http://archive.laprensa.com.sv/20070707/dominical/destacado3.asp
Cómo evitar ser necio?
«Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. El perspicaz se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia».
«El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece sensatísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se instala en su propia torpeza. Como esos insectos que no hay manera de extraer fuera del orificio en que habitan, no hay modo de desalojar al tonto de su tontería, llevarle de paseo un rato más allá de su ceguera y obligarle a que contraste su torpe visión habitual con otros modos de ver más sutiles».
«El tonto es vitalicio y sin poros. Por eso decía Anatole France que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio jamás».
Estas reflexiones de Ortega y Gasset resultan muy interesantes para todos, porque todos tenemos algo de necedad, y sobre todo porque sólo demostramos ser inteligentes cuando sabemos advertirla y escapar de ella con normalidad. Nos manifestamos inteligentes precisamente cuando advertimos que con nuestras intuiciones totalmente previsibles, con nuestra aburrida reiteración de prejuicios y estereotipos, con nuestra incapacidad para cambiar de punto de vista sobre las personas o los asuntos, o con nuestro ridículo empeño en aparecer como personas más documentadas e inteligentes de lo que somos, lo que demostramos en realidad con todo eso es que no hemos advertido que estábamos a dos dedos de ser tontos, o que lo hemos advertido pero no hemos sabido parar a tiempo.
Muy inteligentes pero tontos de remate
Todos incubamos necedad, y quizá debemos seguir el consejo de Ortega y atrevernos a dar un paseo más allá de nuestras seguridades, esforzarnos por contrastar nuestra visión de las cosas con las de otras personas, a las que quizá hasta ahora hemos menospreciado sin molestarnos mucho en entenderlas.
Ser tonto no es tener mayor o menor coeficiente intelectual. Todos conocemos personas con un CI modesto pero con una enorme sensatez. Y personas supuestamente muy inteligentes pero tan engreídas que son verdaderamente tontas. Los tontos han llegado a serlo a base de repetir actuaciones en las que les ciega una vanidad tonta, una susceptibilidad necia, una suficiencia estúpida o una envidia torpe.
Todos tenemos limitaciones, y demostramos inteligencia al advertirlas y procurar aceptarlas y superarlas poco a poco. El tonto, en cambio, no las advierte, y si las advierte, intenta disimularlas a todo trance, y eso nunca sale bien.
Contra tontería veracidad
Para no hacer el tonto, lo primero es estar dispuestos a reconocer la verdad de las cosas. "No conozco otro modo de extirpar un defecto o un vicio personal que declararlo y ponerlo sobre la mesa de la sinceridad", escribió Gregorio Marañón. Si somos sinceros advertiremos que con demasiada frecuencia nos empeñamos en mantener nuestra opinión aunque sea manifiestamente mejorable, o queremos aparentar una seguridad que no tenemos y hacemos entonces el ridículo más espantoso, o estamos demasiado pendientes de nuestro rango y resultamos patéticos.
Ser tonto tiene mucho que ver con el prejuicio y el estereotipo, pues ambos son jubilaciones del esfuerzo por pensar. Enjuiciamos todo con arreglo a lo que nos cae bien, a nuestra intuición quizá un poco apolillada por manías y obstinaciones. Nos dejamos llevar por antojos intelectuales que conducen a la ofuscación y a la terquedad. Permitimos que las ideas fijas sustituyan al pensamiento abierto y libre. Perdemos así la lozanía mental y nos aproximamos paso a paso al problema de ser tonto.
«El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece sensatísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se instala en su propia torpeza. Como esos insectos que no hay manera de extraer fuera del orificio en que habitan, no hay modo de desalojar al tonto de su tontería, llevarle de paseo un rato más allá de su ceguera y obligarle a que contraste su torpe visión habitual con otros modos de ver más sutiles».
«El tonto es vitalicio y sin poros. Por eso decía Anatole France que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio jamás».
Estas reflexiones de Ortega y Gasset resultan muy interesantes para todos, porque todos tenemos algo de necedad, y sobre todo porque sólo demostramos ser inteligentes cuando sabemos advertirla y escapar de ella con normalidad. Nos manifestamos inteligentes precisamente cuando advertimos que con nuestras intuiciones totalmente previsibles, con nuestra aburrida reiteración de prejuicios y estereotipos, con nuestra incapacidad para cambiar de punto de vista sobre las personas o los asuntos, o con nuestro ridículo empeño en aparecer como personas más documentadas e inteligentes de lo que somos, lo que demostramos en realidad con todo eso es que no hemos advertido que estábamos a dos dedos de ser tontos, o que lo hemos advertido pero no hemos sabido parar a tiempo.
Muy inteligentes pero tontos de remate
Todos incubamos necedad, y quizá debemos seguir el consejo de Ortega y atrevernos a dar un paseo más allá de nuestras seguridades, esforzarnos por contrastar nuestra visión de las cosas con las de otras personas, a las que quizá hasta ahora hemos menospreciado sin molestarnos mucho en entenderlas.
Ser tonto no es tener mayor o menor coeficiente intelectual. Todos conocemos personas con un CI modesto pero con una enorme sensatez. Y personas supuestamente muy inteligentes pero tan engreídas que son verdaderamente tontas. Los tontos han llegado a serlo a base de repetir actuaciones en las que les ciega una vanidad tonta, una susceptibilidad necia, una suficiencia estúpida o una envidia torpe.
Todos tenemos limitaciones, y demostramos inteligencia al advertirlas y procurar aceptarlas y superarlas poco a poco. El tonto, en cambio, no las advierte, y si las advierte, intenta disimularlas a todo trance, y eso nunca sale bien.
Contra tontería veracidad
Para no hacer el tonto, lo primero es estar dispuestos a reconocer la verdad de las cosas. "No conozco otro modo de extirpar un defecto o un vicio personal que declararlo y ponerlo sobre la mesa de la sinceridad", escribió Gregorio Marañón. Si somos sinceros advertiremos que con demasiada frecuencia nos empeñamos en mantener nuestra opinión aunque sea manifiestamente mejorable, o queremos aparentar una seguridad que no tenemos y hacemos entonces el ridículo más espantoso, o estamos demasiado pendientes de nuestro rango y resultamos patéticos.
Ser tonto tiene mucho que ver con el prejuicio y el estereotipo, pues ambos son jubilaciones del esfuerzo por pensar. Enjuiciamos todo con arreglo a lo que nos cae bien, a nuestra intuición quizá un poco apolillada por manías y obstinaciones. Nos dejamos llevar por antojos intelectuales que conducen a la ofuscación y a la terquedad. Permitimos que las ideas fijas sustituyan al pensamiento abierto y libre. Perdemos así la lozanía mental y nos aproximamos paso a paso al problema de ser tonto.
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