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Estaba un matrimonio en un campo de picnic…
y le dice la mujer al hombre:
¿Hacemos guarradas?
En lo que le contesta el marido:
¡Vale, yo cago en el mantel!
y le dice la mujer al hombre:
¿Hacemos guarradas?
En lo que le contesta el marido:
¡Vale, yo cago en el mantel!
Como son las tradiciones en otros países?
Como hijo de gallegos, en casa estaba prohibido comer carnes en nochebuenas. Solo se podía comer pescado o platos en base a pescado y, los inevitables tomates rellenos con atún.
Los chicos de mi familia envidiábamos a los vecinos que se zampaban tremendos asados¡
Una costumbre curiosa que llevaba mi madre, era, la de doblar las puntas del mantel de tela de la mesa de nochebuena y no se levantaban los platos ni las sobras ni botellas; todo tenía que quedar tal como se usó.
La mesa quedaba con las copas del brindis, los postres, turrones y las frutas secas hasta la mañana siguiente.
Una ves le preguntamos el por que de esa costumbre:
Su respuesta fue:
-Es la mesa de los antepasados.
¿ Algo celtita?
Como hijo de gallegos, en casa estaba prohibido comer carnes en nochebuenas. Solo se podía comer pescado o platos en base a pescado y, los inevitables tomates rellenos con atún.
Los chicos de mi familia envidiábamos a los vecinos que se zampaban tremendos asados¡
Una costumbre curiosa que llevaba mi madre, era, la de doblar las puntas del mantel de tela de la mesa de nochebuena y no se levantaban los platos ni las sobras ni botellas; todo tenía que quedar tal como se usó.
La mesa quedaba con las copas del brindis, los postres, turrones y las frutas secas hasta la mañana siguiente.
Una ves le preguntamos el por que de esa costumbre:
Su respuesta fue:
-Es la mesa de los antepasados.
¿ Algo celtita?
Yelena: en tanto que hablante del español no me suena particularmente mal el plural de un sustantivo.
"A lo largo y a lo ancho del jardín se habían puesto mesas y sombrillas, y, al fondo, junto a las perreras, un enorme toldo protegía una mesa de níveo mantel, que corría a lo largo de la pared, erizada de fuentes con entremeses multicolores. El bar estaba junto al estanque de agallados peces japoneses y se veían tantas copas, botellas, cocteleras, jarras de refrescos, como para quitar la sed a un ejército. Mozos de chaquetilla blanca y muchachas de cofia y delantal recibían a los invitados abrumándolos desde la misma puerta de calle con piscosauers, algarrobinas, vodkas con maracuyá, vasos de whisky, gin o copas de champaña, y palitos de queso, papitas con ají, guindas rellenas de tocino, camarones arrebosados, volovanes y todos los bocaditos concebidos por la inventiva limeña para abrir el apetito. En el interior, enormes canastas y ramos de rosas, nardos, gladiolos, alelíes, claveles, apoyados contra las paredes, dispuestos a lo largo de las escaleras o sobre los alféizares y los muebles, refrescaban el ambiente. El parquet estaba encerado, las cortinas lavadas, las porcelanas y la platería relucientes y el doctor Quinteros sonrió imaginando que hasta los huacos de las vitrinas habían sido lustrados. En el vestíbulo había también un buffet, y en el comedor se explayaban los dulces -mazapanes, queso helado, suspiros, huevos chimbos, yemas, coquitos, nueces con almíbar- alrededor de la impresionante torta de bodas, una construcción de tules y columnas, cremosa y arrogante, que arrancaba trinos de admiración a las señoras. (Se trata de un texto del recién premiado con el Nobel, Vargas Llosa).
"Cuando regresara del bar, continuó, quería subir a mi habitación para que charláramos un poco. Convine con él en que así lo haríamos y fui a refugiarme en un par de vodkas que harían más fácil el diálogo con el cojo cancerbero. Muchas veces, en otras crisis semejantes, había recibido avances parecidos, hechos siempre por personas que tenían un inconfundible aire de familia con el portero. Casi hubiera podido anticipar cuál iba a ser, a grandes rasgos, la propuesta del hombre. Regresé a mi cuarto pasada la media noche y, poco después, oí sus pasos claudicantes. (Este es de Alvaro Mutis).
"A lo largo y a lo ancho del jardín se habían puesto mesas y sombrillas, y, al fondo, junto a las perreras, un enorme toldo protegía una mesa de níveo mantel, que corría a lo largo de la pared, erizada de fuentes con entremeses multicolores. El bar estaba junto al estanque de agallados peces japoneses y se veían tantas copas, botellas, cocteleras, jarras de refrescos, como para quitar la sed a un ejército. Mozos de chaquetilla blanca y muchachas de cofia y delantal recibían a los invitados abrumándolos desde la misma puerta de calle con piscosauers, algarrobinas, vodkas con maracuyá, vasos de whisky, gin o copas de champaña, y palitos de queso, papitas con ají, guindas rellenas de tocino, camarones arrebosados, volovanes y todos los bocaditos concebidos por la inventiva limeña para abrir el apetito. En el interior, enormes canastas y ramos de rosas, nardos, gladiolos, alelíes, claveles, apoyados contra las paredes, dispuestos a lo largo de las escaleras o sobre los alféizares y los muebles, refrescaban el ambiente. El parquet estaba encerado, las cortinas lavadas, las porcelanas y la platería relucientes y el doctor Quinteros sonrió imaginando que hasta los huacos de las vitrinas habían sido lustrados. En el vestíbulo había también un buffet, y en el comedor se explayaban los dulces -mazapanes, queso helado, suspiros, huevos chimbos, yemas, coquitos, nueces con almíbar- alrededor de la impresionante torta de bodas, una construcción de tules y columnas, cremosa y arrogante, que arrancaba trinos de admiración a las señoras. (Se trata de un texto del recién premiado con el Nobel, Vargas Llosa).
"Cuando regresara del bar, continuó, quería subir a mi habitación para que charláramos un poco. Convine con él en que así lo haríamos y fui a refugiarme en un par de vodkas que harían más fácil el diálogo con el cojo cancerbero. Muchas veces, en otras crisis semejantes, había recibido avances parecidos, hechos siempre por personas que tenían un inconfundible aire de familia con el portero. Casi hubiera podido anticipar cuál iba a ser, a grandes rasgos, la propuesta del hombre. Regresé a mi cuarto pasada la media noche y, poco después, oí sus pasos claudicantes. (Este es de Alvaro Mutis).
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