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Los que trabajamos de cara al público sabemos de la importancia de ser amables y parecer educados; seguimos insistiendo en dar los buenos días, en pedir las cosas por favor y en decir gracias. Pero para nuestra sorpresa, cada vez es más frecuente que los propios compañeros de oficio, ocupados en otros menesteres, se muestren contaminados por la rudeza, relajando su disciplina cortés y dejando a las claras su mala educación, la cual choca de frente con la actitud gentil, con la encomiable tenacidad que caracteriza al profesional del protocolo y las relaciones públicas, a la hora de desasnar al españolito que precisa de un cursillo acelerado de educación cívica. Es lo que tiene el poder, que convierte a algunos "don nadie" -de naturaleza sibilina- en tordos, en ejemplos de maldicientes que se preocupan que no medren los de su oficio, mostrándose ante la posible valía de sus iguales inseguros, por lo que abusan de la sonrisa melindre para enmarcar las falacias que tejen en torno a sus víctimas.
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas"
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas". Hoy, todos esos usos corteses, esas convenciones amables que las sociedades fueron construyendo a lo largo de los siglos, para facilitar la convivencia, parecen haber desaparecido de España, barridas por el huracán del desarrollo económico y de una supuesta modernización de las costumbres, tanto que no resulta sorprendente que nos hayamos convertido en los últimos años en un pueblo áspero y zafio, porque, en mi infancia, a los niños se nos enseñaba todavía a saludar, a dar las gracias, a ceder el asiento en el autobús a las embarazadas, a respetar a los demás, a sostener la puerta para dejar pasar a un incapacitado, por ejemplo. Hoy, es bastante raro que un muchacho levante sus posaderas del asiento para ofrecerle el sitio a la ancianita más achacosa y temblorosa que imaginarse pueda, pero si que es común ver a una madre cargada hasta las cejas de paquetes, caminando por una acera estrecha, y flanqueada por el gamberro de su hijo adolescente, un grandullón de pantalones caídos y gorra con la visera hacia atrás, que va tocándose las narices con las manos vacías.
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas"
En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de "derechas". Hoy, todos esos usos corteses, esas convenciones amables que las sociedades fueron construyendo a lo largo de los siglos, para facilitar la convivencia, parecen haber desaparecido de España, barridas por el huracán del desarrollo económico y de una supuesta modernización de las costumbres, tanto que no resulta sorprendente que nos hayamos convertido en los últimos años en un pueblo áspero y zafio, porque, en mi infancia, a los niños se nos enseñaba todavía a saludar, a dar las gracias, a ceder el asiento en el autobús a las embarazadas, a respetar a los demás, a sostener la puerta para dejar pasar a un incapacitado, por ejemplo. Hoy, es bastante raro que un muchacho levante sus posaderas del asiento para ofrecerle el sitio a la ancianita más achacosa y temblorosa que imaginarse pueda, pero si que es común ver a una madre cargada hasta las cejas de paquetes, caminando por una acera estrecha, y flanqueada por el gamberro de su hijo adolescente, un grandullón de pantalones caídos y gorra con la visera hacia atrás, que va tocándose las narices con las manos vacías.
Tercera parte:
Mitos sobre los corronchos
Algunos Bogotanos han creado numerosos mitos sobre los corronchos dada su ignorancia del tema y en especial los paisas que cuando vienen a la Costa se traen todo: los frisoles, la mazamorra, la coca cola, se embadurnan por todas partes de cremas contra mosquitos que no existen, dicen que hace mucho calor como si no se hubieran podido ir a asoliarse el ombligo a Bogotá y no prueban el ceviche de camarón que los servicios de atención gratuita a la playa les ofrecen.
Los mitos han sido alimentados por un total desconocimiento del idioma corronchol que no aprenden aunque más de cien millones de vallenatos producidos diariamente demuestran su bajo nivel intelectual para aprender a decir eechee vale, son tre barra no ma.
[editar] La Costa
Aunque Colombia tiene dos costas, se entiende por Costa la del Mar Caribe por ser la más rumbera. La otra Costa es más pacífica. La Costa en donde viven los corronchos queda al norte, por lo cual algunos llaman a los costences nórdicos. Las ciudades más famosas de la Costa son Barranquilla, Cartagena,Valledupar donde se realiza el festival vallenato, Riohacha, donde nacio el primer interprete de la musica mas popular de Colombia El Vallenato Sincelejo, Monteria y Santa Marta, pero también está Vallenato Stereo.9, Plato - Magdalena, Aracatata y Macondo, la Provincia de Padilla, la tierra del Hombre Caimán, Maicao y muchas otras partes. Ah y aunque parezca raro, Urabá Antioquia es corroncha por lo cual hay corronchos apaisados. La Costa también incluye ciertas calles de Bogotá Bucaramanga y Medellín en donde se rumbea las 24 horas y muchos rincones de la Universidad Nacional de ColombiaUniversidad Industrial De Santander o (UIS) que fue fundada por corronchos y los tropeles fueron formados por ellos desde su historia y la Universidad de Antioquia son tipicamente corronchos y se reconocen por las hamacas en las que ciertos estudiantes se acuestan a estudiar. En Medellín se tiene la Avenida La Playa que es considerada parte de la Costa.
Mitos sobre los corronchos
Algunos Bogotanos han creado numerosos mitos sobre los corronchos dada su ignorancia del tema y en especial los paisas que cuando vienen a la Costa se traen todo: los frisoles, la mazamorra, la coca cola, se embadurnan por todas partes de cremas contra mosquitos que no existen, dicen que hace mucho calor como si no se hubieran podido ir a asoliarse el ombligo a Bogotá y no prueban el ceviche de camarón que los servicios de atención gratuita a la playa les ofrecen.
Los mitos han sido alimentados por un total desconocimiento del idioma corronchol que no aprenden aunque más de cien millones de vallenatos producidos diariamente demuestran su bajo nivel intelectual para aprender a decir eechee vale, son tre barra no ma.
[editar] La Costa
Aunque Colombia tiene dos costas, se entiende por Costa la del Mar Caribe por ser la más rumbera. La otra Costa es más pacífica. La Costa en donde viven los corronchos queda al norte, por lo cual algunos llaman a los costences nórdicos. Las ciudades más famosas de la Costa son Barranquilla, Cartagena,Valledupar donde se realiza el festival vallenato, Riohacha, donde nacio el primer interprete de la musica mas popular de Colombia El Vallenato Sincelejo, Monteria y Santa Marta, pero también está Vallenato Stereo.9, Plato - Magdalena, Aracatata y Macondo, la Provincia de Padilla, la tierra del Hombre Caimán, Maicao y muchas otras partes. Ah y aunque parezca raro, Urabá Antioquia es corroncha por lo cual hay corronchos apaisados. La Costa también incluye ciertas calles de Bogotá Bucaramanga y Medellín en donde se rumbea las 24 horas y muchos rincones de la Universidad Nacional de ColombiaUniversidad Industrial De Santander o (UIS) que fue fundada por corronchos y los tropeles fueron formados por ellos desde su historia y la Universidad de Antioquia son tipicamente corronchos y se reconocen por las hamacas en las que ciertos estudiantes se acuestan a estudiar. En Medellín se tiene la Avenida La Playa que es considerada parte de la Costa.
Origen europeo, liberal y antiespañol de las corridas de toros
por Ernesto Giménez Caballero
".....Bárbaro turista, escucha bien (te llamo bárbaro porque todo turismo es barbarie), escucha bien:
Yo acepto que las corridas de toros tienen una modalidad brutal, repugnante, plebeya, soez, intolerable.
Yo protesto con más energía que tú, con más coraje que tú, bárbaro turista, contra el sacrificio triste y ridículo de caballos famélicos e inservibles.
Yo me indigno, con indignación pura, testicular, superior a la tuya, lacrimosa de bárbaro sentimental, contra el mucho martirio innecesario que se hace al nobilísimo toro en las corridas.
Ahora bien: Si yo acepto el plebeyismo, la crueldad, la estupidez y la vileza en las corridas de toros, es con una condición imprescindible: la de que tú me reconozcas y aceptes, bárbaro turista, de que esa parte vulgar y soez de las corridas de toros no es española. Sino europea. Archieuropea. Tuya.
Escucha bien:
Las corridas de toros deben su aplebeyamiento actual a la Europa moderna, a esa de la Reforma, a la de los Derechos del Hombre, a la Revolución francesa, a la burguesía liberal del siglo XIX; es decir, a ti, bárbaro turista.
La suerte –suerte bellaca y vil– del picador, del «nuevo caballero»
Las corridas de toros no eran en España una fiesta «nacional y romántica» hasta el siglo XIX. Hasta que la nobleza caballeresca fué desposeída por la burguesía, gracias al movimiento de la Francia napoleónica y de la Inglaterra liberal. Hasta esa época, la fiesta de toros constituyó en España un deporte noble, de caballeros, ligado a un culto popular y milenario, casi divino, por el toro: animal sagrado en la mitología ibérica, mediterránea, antigua.
El caballero toreaba a caballo, ayudado por criados y servidores, ante damas ilustres, ante los monarcas. La fiesta de lancear toros era en la España heroica del seiscientos un sucedáneo viril de la guerra. (Ya lo vió Goya. ¡Goya, vértice de España, entre dos mundos, el noble y el liberal!) Ahora bien: la Revolución francesa derrocó al caballero y lo bajó del caballo, poniendo en su lugar al criado, a la chusma plebeya, cruel, que antes permanecía disciplinada en segundo término. Ese fué el origen histórico del repugnante «picador». El cual, en su odio al caballo como animal aristocrático, no vaciló en entregarle indefenso a las astas del toro.
Del mismo modo se origina el «torero» profesional, especie hispánica que no existió hasta la España moderna. Este «torero» no pudo evitar la parte vil y brutal que le daba la clase social ineducada, violenta, antiintelectual.
Las corridas de toros cristalizan en España como espectáculo nacional al mismo compás que el sistema parlamentario. (Raro era el diputado que no llegaba tarde al Parlamento en día de toros por asistir a la corrida.)
No es, pues, a la España genuina, jerárquica, humana y heroica del seiscientos a la que hay que culpar de la barbarie de las corridas, sino a la España europeizante, burguesa y mixtificada del siglo XIX. No a la cruel España, sino a la Europa humanitaria. A Francia, a los anglosajones: esa Europa que nos envilece y luego nos insulta, a los españoles.
.......
Creador el toro de nuestra fiesta más potente y fuerte –la más potente y fuerte del mundo actual–, hecha con sangre, muerte y sol, al gran estilo antiguo. Esa fiesta que «es un baño de juventud, de la más joven juventud vecina todavía de la animalidad» –como dijo Mauricio Barrès–. Si se salvan y se salvarán las fiestas de toros en España, es porque, en el fondo, constituyen todavía nuestro más alto mito, nuestro sacrificio religioso más profundo. El sacrificio del dios por mano de un sacerdote: el torero ante una concurrencia estremecida de fieles palpitantes. El toro es el mito trágico de España –como diría Nietzche–. Por eso ha llegado a sublimar hasta el cruel y vulgar de su fiesta. Por eso el torero adquiere a veces calidades heroicas, de alta estirpe humana –en su lucha con el toro.
..........."
por Ernesto Giménez Caballero
".....Bárbaro turista, escucha bien (te llamo bárbaro porque todo turismo es barbarie), escucha bien:
Yo acepto que las corridas de toros tienen una modalidad brutal, repugnante, plebeya, soez, intolerable.
Yo protesto con más energía que tú, con más coraje que tú, bárbaro turista, contra el sacrificio triste y ridículo de caballos famélicos e inservibles.
Yo me indigno, con indignación pura, testicular, superior a la tuya, lacrimosa de bárbaro sentimental, contra el mucho martirio innecesario que se hace al nobilísimo toro en las corridas.
Ahora bien: Si yo acepto el plebeyismo, la crueldad, la estupidez y la vileza en las corridas de toros, es con una condición imprescindible: la de que tú me reconozcas y aceptes, bárbaro turista, de que esa parte vulgar y soez de las corridas de toros no es española. Sino europea. Archieuropea. Tuya.
Escucha bien:
Las corridas de toros deben su aplebeyamiento actual a la Europa moderna, a esa de la Reforma, a la de los Derechos del Hombre, a la Revolución francesa, a la burguesía liberal del siglo XIX; es decir, a ti, bárbaro turista.
La suerte –suerte bellaca y vil– del picador, del «nuevo caballero»
Las corridas de toros no eran en España una fiesta «nacional y romántica» hasta el siglo XIX. Hasta que la nobleza caballeresca fué desposeída por la burguesía, gracias al movimiento de la Francia napoleónica y de la Inglaterra liberal. Hasta esa época, la fiesta de toros constituyó en España un deporte noble, de caballeros, ligado a un culto popular y milenario, casi divino, por el toro: animal sagrado en la mitología ibérica, mediterránea, antigua.
El caballero toreaba a caballo, ayudado por criados y servidores, ante damas ilustres, ante los monarcas. La fiesta de lancear toros era en la España heroica del seiscientos un sucedáneo viril de la guerra. (Ya lo vió Goya. ¡Goya, vértice de España, entre dos mundos, el noble y el liberal!) Ahora bien: la Revolución francesa derrocó al caballero y lo bajó del caballo, poniendo en su lugar al criado, a la chusma plebeya, cruel, que antes permanecía disciplinada en segundo término. Ese fué el origen histórico del repugnante «picador». El cual, en su odio al caballo como animal aristocrático, no vaciló en entregarle indefenso a las astas del toro.
Del mismo modo se origina el «torero» profesional, especie hispánica que no existió hasta la España moderna. Este «torero» no pudo evitar la parte vil y brutal que le daba la clase social ineducada, violenta, antiintelectual.
Las corridas de toros cristalizan en España como espectáculo nacional al mismo compás que el sistema parlamentario. (Raro era el diputado que no llegaba tarde al Parlamento en día de toros por asistir a la corrida.)
No es, pues, a la España genuina, jerárquica, humana y heroica del seiscientos a la que hay que culpar de la barbarie de las corridas, sino a la España europeizante, burguesa y mixtificada del siglo XIX. No a la cruel España, sino a la Europa humanitaria. A Francia, a los anglosajones: esa Europa que nos envilece y luego nos insulta, a los españoles.
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Creador el toro de nuestra fiesta más potente y fuerte –la más potente y fuerte del mundo actual–, hecha con sangre, muerte y sol, al gran estilo antiguo. Esa fiesta que «es un baño de juventud, de la más joven juventud vecina todavía de la animalidad» –como dijo Mauricio Barrès–. Si se salvan y se salvarán las fiestas de toros en España, es porque, en el fondo, constituyen todavía nuestro más alto mito, nuestro sacrificio religioso más profundo. El sacrificio del dios por mano de un sacerdote: el torero ante una concurrencia estremecida de fieles palpitantes. El toro es el mito trágico de España –como diría Nietzche–. Por eso ha llegado a sublimar hasta el cruel y vulgar de su fiesta. Por eso el torero adquiere a veces calidades heroicas, de alta estirpe humana –en su lucha con el toro.
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