Música: Carlos Gardel
Letra: Alfredo Le Pera
Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno...
Son las mismas que alumbraron
con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor...
Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor...
La vieja calle donde el eco dijo
tuya es su vida, tuyo es su querer,
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver...
Volver...
con la frente marchita,
las nieves del tiempo platearon mi sien...
Sentir...
que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada,
errante en las sombras,
te busca y te nombra.
Vivir...
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez...
Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida...
Tengo miedo de las noches
que pobladas de recuerdos
encadenan mi soñar...
Pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar...
Y aunque el olvido, que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida una esperanza humilde
que es toda la fortuna de mi corazón.
" El humo del tabaco resquemó el aire, el cuarto,
un capítulo en el infierno kruchonijiano, ¿te acuerdas?
Tras esa ventana por vez primera acaricié, frenético, tus manos.
Hoy estás con el corazón acorazado, otro día más
y me expulsarás abrumándome de injurias,
en la turbia antesala no acierta con la manga
la mano quebrada de temblor.
Huiré, arrojaré el cuerpo a las calles, arisco,
enloqueceré tajado de desesperación. ¿Para qué eso?
Querida, piadosa, déjame decirte adiós,
aunque no quieras es mi amor lastre que arrastrarás adónde vayas,
deja que llore en el último grito el amargor del desaire,
el buey cansado de trabajar va y se tumba en las aguas frías,
para mí no hay otro mar que tu amor,
y tu amor no concede descanso,
si quiere calma el elefante agotado
se acuesta majestuoso en la arena encendida,
para mí no hay otro sol que tu amor,
y no sé dónde estás, ni con quién.
Si atormentaran así a un poeta, él, por dinero,
cambiaría a su amada y la fama,
pero a mí no me alegra otro sonido
que el sonido de tu nombre entrañable,
no me arrojaré al patio, no beberé veneno
ni podré apretar el gatillo en la sien,
en mí aparte de tu mirada, no manda el filo de las navajas.
Olvidarás mañana que te coroné,
que abrasé en el amor el alma florida,
y el carnaval agitado de los días vanos
aventará las páginas de mis libros,
las hojas secas de mis palabras
¿harán detenerte y respirar con ansiedad?
Déjame que con mi última ternura alfombre tus pasos que se van. "
Подозреваю, кто автор этого перевода ( на интернет-странице что-то не было указано фамлии). Крутится фамилия....впомню...вспомню...
Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las hurís del Profeta.
El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera.
Entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta.
Las esmeraldas son verdes,
verde el color del que espera,
y las ondas del océano,
y el laurel de los poetas.
Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta,
en que el carmín de los pétalos
se ve a través de las perlas.
Y sin embargo,
sé que te quejas,
porque tus ojos
crees que la afean.
Pues no lo creas.
Que parecen sus pupilas
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro
que al soplo del aire tiemblan.
Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta,
que en el estío convida
a apagar la sed en ella.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean.
Pues no lo creas.
Que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.
Es tu frente que corona
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean.
Pues no lo creas.
Que entre las rubias pestañas,
junto a las sienes, semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.
Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
quizás si negros o azules
se tornasen, lo sintieras.
Vladímir V. Mayakovski Lilichka! (En lugar de la carta) El humo de tabaco El aire lo ha corroido. El cuarto es un capítulo Del poema «En el Infierno». ¿Te acuerdas? Detrás de aquella ventana, Tus manos yo acariciaba Por primera vez, Exaltado. Hoy tu corazón Está acorazado. Pasará un día, Y me echarás, Y puede ser, Me regañarás. En la turbia antesala, Largo tiempo No entrará en la manga La mano, Por el temblor fracturada. Saldré corriendo, Mi cuerpo en la calle Lo echaré. Salvaje, Enloqueceré, Por la desesperación Esculpido. No hace falta hacerlo, Querida, No hace falta hacerlo. A despedirnos ahora - Vamos, amada. A pesar de todo Mi amor sí que es Una carga pesada Pendiendo de tí Dondequiera que vayas. Déjame En el último grito llorar La amargura de mis quejas Agraviadas. Un toro Muerto de trabajo Se irá, Y se tenderá En las aguas frías. Para mí No existe otro mar Sino el mar de tu amor, Pero de tu amor Mendigar un descanso, Llorando, No me sale, Mi querida. Un cansado elefante Que quiera el reposo Se echará, Majestuoso, En la arena encendida. Para mí No existe otro sol Sino el sol de tu amor, Pero yo no sé Dónde estás y con quién, Mi querida. Si tanto martirizaras A un poeta, Él a su amada Por dinero y gloria Cambiaría. Para mí No existe otro alegre sonido, Sino el sonar De tu nombre querido. No me lanzaré al vacío, Ni tomaré un veneno, Ni podré el gatillo Sobre la sien apretar. No domina sobre mí Ningún cuchillo, Sino tu mirada Sabe dominar. Mañana olvidarás Que te he coronado, Que mi amor ha incinerado El alma floreciente. Y serán despeinadas Por el carnaval De vanos días Las páginas de mis libros. ¿Podrán las secas hojas De mis palabras Pararte, Ávidamente respirando? Dispara Siquiera con el último cariño alfombrar Tus pasos Que se están marchando. (1916)