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Autoayuda - Mnemotécnica:
Lobo feroz
con hambre atroz
Resulta muy veloz.
Solo lo pudo para un caballo
dándole una coz,
pero ya por allí,
por Badajoz.
Lobo feroz
con hambre atroz
Resulta muy veloz.
Solo lo pudo para un caballo
dándole una coz,
pero ya por allí,
por Badajoz.
A la ocasión la pintan calva - ¿cómo sería en ruso?
Había una diosa del Olimpo romano que se llamaba Ocasión. Era una diosa alada y muy bella; corría de puntillas muy veloz sobre una rueda. Tenía mucho cabello en la frente pero en la nuca era totalmente calva.
De ahí viene esta expresión muy popular en el habla hispana. "Hay que aprovechar la ocasión", que "a esta la pintan calva" y hay que "agarrarla por los pelos".
Si veis pasar a esta diosa corriendo, engancharla por los pelos de la frente, pues no podremos agarrarla por detrás, pues está calva.
¿Cuál sería el equivalente ruso?
De ahí viene esta expresión muy popular en el habla hispana. "Hay que aprovechar la ocasión", que "a esta la pintan calva" y hay que "agarrarla por los pelos".
Si veis pasar a esta diosa corriendo, engancharla por los pelos de la frente, pues no podremos agarrarla por detrás, pues está calva.
¿Cuál sería el equivalente ruso?
“El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza”.
Werner Holzwarth / Wolf Erlbruch
Todo empezó cuando, un día, el topo asomó la cabeza por su agujero para ver si ya había salido el sol:
(Aquello era gordo y marrón; se parecía un poco a una salchicha… y lo peor de todo: le fue a caer justo en la cabeza).
“¡Qué ordinariez!” Chilló el topo. “¿Se puede saber quién se ha hecho esto en mi cabeza?”
(Pero era tan corto de vista que no pudo descubrir a nadie).
“¿Has sido tú la que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó a la paloma, que volaba por allí en aquel momento.
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó la paloma.
(Y, plas, un goterón húmedo y blancuzco se estrelló en el suelo, justo al lado del topo, y le salpicó la pata derecha).
“¿Has sido tú el que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó al caballo que pacía en el prado.
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó el caballo.
(Y, pof, pof, cinco boñigas grandes y redondas cayeron pesadamente case rozando al topo, que se quedó muy impresionado).
“¿Has sido tú el que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó a la liebre.
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó la liebre:
(Y, ra ta ta ta ta, quince balines redondos silbaron en los oídos del topo, que tuvo que dar un salto arriesgado para que no le alcanzaran).
“¿Has sido tú el que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó a la cabra, que acababa de despertarse de un sueño agradable..
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó la cabra:
(Y, tac toc, tac, un montón de pelotillas de color bombón rodaron por la hierba. Al topo casi le gustaron).
“¿Has sido tú el que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó a la vaca, que estaba rumiando como siempre.
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó la vaca:
(Y, chaf, un pastelón marrón-verdoso se chafó en la hierba, muy cerca del topo. El topo se alegró muchísimo de que no hubiera sido la
vaca quien se hubiera hecho aquello en su cabeza).
“¿Has sido tú el que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó a la cerda.
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó la cerda:
(Y, flop, una masa pequeña, oscura y blandita cayó en la hierba. El topo se tapó la nariz).
“¿Habéis sido vosotros lo que os habéis hecho esto en mi ca…?”, fue a preguntar de nuevo. Pero, cuando se acercó, vio que se trataba de dos moscas negras y gordas. Estaban comiendo. “¡Por fin alguien que me podrá ayudar!”, pensó el topo. “¿Sabéis quién se
ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó muy deprisa.
“Espera un poco”, zumbaron las moscas. Y al cabo de un rato contestaron: “Está claro. Ha sido un perro”.
Por fin sabía el topo quién se había hecho aquello en su cabeza:
¡Hermenegildo, el perro del carnicero!
Veloz como un rayo se encaramó en la caseta de Hermenegildo…
(Y, plin, una habichuela diminuta y negra aterrizó justo en la cabeza del perro).
Y feliz y contento, el topo volvió a desaparecer dentro de su agujero.
Werner Holzwarth / Wolf Erlbruch
Todo empezó cuando, un día, el topo asomó la cabeza por su agujero para ver si ya había salido el sol:
(Aquello era gordo y marrón; se parecía un poco a una salchicha… y lo peor de todo: le fue a caer justo en la cabeza).
“¡Qué ordinariez!” Chilló el topo. “¿Se puede saber quién se ha hecho esto en mi cabeza?”
(Pero era tan corto de vista que no pudo descubrir a nadie).
“¿Has sido tú la que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó a la paloma, que volaba por allí en aquel momento.
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó la paloma.
(Y, plas, un goterón húmedo y blancuzco se estrelló en el suelo, justo al lado del topo, y le salpicó la pata derecha).
“¿Has sido tú el que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó al caballo que pacía en el prado.
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó el caballo.
(Y, pof, pof, cinco boñigas grandes y redondas cayeron pesadamente case rozando al topo, que se quedó muy impresionado).
“¿Has sido tú el que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó a la liebre.
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó la liebre:
(Y, ra ta ta ta ta, quince balines redondos silbaron en los oídos del topo, que tuvo que dar un salto arriesgado para que no le alcanzaran).
“¿Has sido tú el que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó a la cabra, que acababa de despertarse de un sueño agradable..
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó la cabra:
(Y, tac toc, tac, un montón de pelotillas de color bombón rodaron por la hierba. Al topo casi le gustaron).
“¿Has sido tú el que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó a la vaca, que estaba rumiando como siempre.
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó la vaca:
(Y, chaf, un pastelón marrón-verdoso se chafó en la hierba, muy cerca del topo. El topo se alegró muchísimo de que no hubiera sido la
vaca quien se hubiera hecho aquello en su cabeza).
“¿Has sido tú el que se ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó a la cerda.
“¿Yo? Ni hablar… ¡Yo eso lo hago así!”, contestó la cerda:
(Y, flop, una masa pequeña, oscura y blandita cayó en la hierba. El topo se tapó la nariz).
“¿Habéis sido vosotros lo que os habéis hecho esto en mi ca…?”, fue a preguntar de nuevo. Pero, cuando se acercó, vio que se trataba de dos moscas negras y gordas. Estaban comiendo. “¡Por fin alguien que me podrá ayudar!”, pensó el topo. “¿Sabéis quién se
ha hecho esto en mi cabeza?”, preguntó muy deprisa.
“Espera un poco”, zumbaron las moscas. Y al cabo de un rato contestaron: “Está claro. Ha sido un perro”.
Por fin sabía el topo quién se había hecho aquello en su cabeza:
¡Hermenegildo, el perro del carnicero!
Veloz como un rayo se encaramó en la caseta de Hermenegildo…
(Y, plin, una habichuela diminuta y negra aterrizó justo en la cabeza del perro).
Y feliz y contento, el topo volvió a desaparecer dentro de su agujero.
(Continuación...)
Más veloz que Superman
Y pasan los minutos…
Uno –valiente como nadie- sale a las calles de Moscú, haciendo caso omiso de que seguramente el 99,9% de los transeúntes no habla español (el 0,1% es para que no se diga que estoy siendo negativo…).
Y uno camina rápido, decidido, con “los miembros de acero” como diría Rimbaud, rumbo a destino: el Metro de Moscú.
Y cuando uno llega y entra en la estación, y pasa los torniquetes –con una tarjeta de diez pasajes que te compró un amigo piadoso-, y camina “cual ruso” por la estación y llega a la escalera mecánica, y se pone en la fila que va descendiendo a uno de los “Palacios del Pueblo”, como se les llamaban en la era soviética, entonces, en ese preciso instante, uno siente que está volando y que los idiomas ya no importan porque el MUNDO es una amplia esfera en donde TODOS hablamos una lengua universal y uno vuela y vuela y VUELA y se alza por los aires y se encamina a la casa del amigo a la que uno llegará en Metro y sin perderse, porque uno llegará y uno, en ese instante, cree escuchar a la Orquesta Filarmónica de Londres interpretando el tema central de la banda sonora de “Superman”… hasta que llega a los andenes ¡y se da cuenta de que no sabe LEER en ruso y no puede siquiera intuir cuales son los nombres de las estaciones del Metro!
Entonces, te das cuenta de que estás ABSOLUTAMENTE PERDIDO y de que por más que preguntes en “español” probablemente nadie vaya a responderte. Entonces, te viene el “pánico escénico” y te quedas como inmovilizado. ¡Santo Dios! ¡Ayuda! ¡Ayuda!
Así es que, en aquella oportunidad, salí del Metro, llame a un conocido ruso y le pedí que por celular le dijera a un taxista cual era mi destino.
“Friansestuya ¿me entiende?”
En otra ocasión también me extravié en el subterráneo camino al metro ”Frunzenskaya” (en ruso: Фру́нзенская). Como, obviamente, sin saber leer uno tampoco habla muy bien… me puse a preguntarle a la gente con sólo dos palabras, pues claro ¿cómo podría decir en ruso: “disculpe ¿usted me podría indicar dónde queda el Metro ”Frunzenskaya”?”. Y esas palabras eran: “¿Friansestuya Metro?”. Y así andaba repitiéndole a todo el mundo, con algunas variaciones en una letra de repente. “¿Friansestuya Metro?”, “¿Frionsestuya Metro?”, “¿Fransestuta Metro?”. “¿Friensestuya Metro?”.
Obviamente, nadie podía contestarme… Hasta que un ruso me observó fijamente y advirtió mi nerviosismo creciente al verme del todo perdido. Y trató de entender lo que decía mirando mis labios. De pronto, exclamo: “¡AHHHHHHHHHH, ”Frunzenskaya!”. Me dieron ganas de abrazarle ahí mismo. ¡Sí: eso: Frunzenskaya…! Me indicó con la mano que tomara la línea de la derecha, dijo algo en ruso y me mostró con los dedos el número 4, así es que entendí que debía bajarme en la cuarta estación.
Gracias a ese bondadoso ruso pude llegar al sitio adonde me dirigía.
Desde aquí y pasado el tiempo le doy mi sincero agradecimiento.
(Франcиско R.)
Más veloz que Superman
Y pasan los minutos…
Uno –valiente como nadie- sale a las calles de Moscú, haciendo caso omiso de que seguramente el 99,9% de los transeúntes no habla español (el 0,1% es para que no se diga que estoy siendo negativo…).
Y uno camina rápido, decidido, con “los miembros de acero” como diría Rimbaud, rumbo a destino: el Metro de Moscú.
Y cuando uno llega y entra en la estación, y pasa los torniquetes –con una tarjeta de diez pasajes que te compró un amigo piadoso-, y camina “cual ruso” por la estación y llega a la escalera mecánica, y se pone en la fila que va descendiendo a uno de los “Palacios del Pueblo”, como se les llamaban en la era soviética, entonces, en ese preciso instante, uno siente que está volando y que los idiomas ya no importan porque el MUNDO es una amplia esfera en donde TODOS hablamos una lengua universal y uno vuela y vuela y VUELA y se alza por los aires y se encamina a la casa del amigo a la que uno llegará en Metro y sin perderse, porque uno llegará y uno, en ese instante, cree escuchar a la Orquesta Filarmónica de Londres interpretando el tema central de la banda sonora de “Superman”… hasta que llega a los andenes ¡y se da cuenta de que no sabe LEER en ruso y no puede siquiera intuir cuales son los nombres de las estaciones del Metro!
Entonces, te das cuenta de que estás ABSOLUTAMENTE PERDIDO y de que por más que preguntes en “español” probablemente nadie vaya a responderte. Entonces, te viene el “pánico escénico” y te quedas como inmovilizado. ¡Santo Dios! ¡Ayuda! ¡Ayuda!
Así es que, en aquella oportunidad, salí del Metro, llame a un conocido ruso y le pedí que por celular le dijera a un taxista cual era mi destino.
“Friansestuya ¿me entiende?”
En otra ocasión también me extravié en el subterráneo camino al metro ”Frunzenskaya” (en ruso: Фру́нзенская). Como, obviamente, sin saber leer uno tampoco habla muy bien… me puse a preguntarle a la gente con sólo dos palabras, pues claro ¿cómo podría decir en ruso: “disculpe ¿usted me podría indicar dónde queda el Metro ”Frunzenskaya”?”. Y esas palabras eran: “¿Friansestuya Metro?”. Y así andaba repitiéndole a todo el mundo, con algunas variaciones en una letra de repente. “¿Friansestuya Metro?”, “¿Frionsestuya Metro?”, “¿Fransestuta Metro?”. “¿Friensestuya Metro?”.
Obviamente, nadie podía contestarme… Hasta que un ruso me observó fijamente y advirtió mi nerviosismo creciente al verme del todo perdido. Y trató de entender lo que decía mirando mis labios. De pronto, exclamo: “¡AHHHHHHHHHH, ”Frunzenskaya!”. Me dieron ganas de abrazarle ahí mismo. ¡Sí: eso: Frunzenskaya…! Me indicó con la mano que tomara la línea de la derecha, dijo algo en ruso y me mostró con los dedos el número 4, así es que entendí que debía bajarme en la cuarta estación.
Gracias a ese bondadoso ruso pude llegar al sitio adonde me dirigía.
Desde aquí y pasado el tiempo le doy mi sincero agradecimiento.
(Франcиско R.)
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