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>Yelena написал:
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>SMQ,
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>выражение "subirse a la parra" в Испании я слышала больше в этом значении:
>
>"SUBIRSE A LA PARRA: se dice cuando alguien se comporta de manera prepotente y soberbia. También se aplica a las empresas que elevan en exceso el precio de sus productos, porque se consideran superiores a la competencia."
>
>http://www.elbuyate.com/index.php?url=109&letra=todas
Fíjate, Elena, que son significados fronterizos, hasta tal punto que a veces estas fronteras se borran. Acuérdate, por ejemplo, qué significa la palabra soberbia:
soberbia.
(Del lat. superbĭa).
1. f. Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros.
4. f. Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas.
5. f. ant. Palabra o acción injuriosa.
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Condor, la gente de a pie no se complica tanto: desayuna, almuerza, come, merienda y cena. Además, tiene su hora del bocadillo, del café o del vermú (vermouth).
Se me abre el apetito
Se me abre el apetito
>Yelena написал:
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>"SUBIRSE A LA PARRA: se dice cuando alguien se comporta de manera prepotente y soberbia. También se aplica a las empresas que elevan en exceso el precio de sus productos, porque se consideran superiores a la competencia."
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>http://www.elbuyate.com/index.php?url=109&letra=todas
Fíjate, Elena, que son significados fronterizos, hasta tal punto que a veces estas fronteras se borran. Acuérdate, por ejemplo, qué significa la palabra soberbia:
soberbia.
(Del lat. superbĭa).
1. f. Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros.
4. f. Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas.
5. f. ant. Palabra o acción injuriosa.
Yelena: en tanto que hablante del español no me suena particularmente mal el plural de un sustantivo.
"A lo largo y a lo ancho del jardín se habían puesto mesas y sombrillas, y, al fondo, junto a las perreras, un enorme toldo protegía una mesa de níveo mantel, que corría a lo largo de la pared, erizada de fuentes con entremeses multicolores. El bar estaba junto al estanque de agallados peces japoneses y se veían tantas copas, botellas, cocteleras, jarras de refrescos, como para quitar la sed a un ejército. Mozos de chaquetilla blanca y muchachas de cofia y delantal recibían a los invitados abrumándolos desde la misma puerta de calle con piscosauers, algarrobinas, vodkas con maracuyá, vasos de whisky, gin o copas de champaña, y palitos de queso, papitas con ají, guindas rellenas de tocino, camarones arrebosados, volovanes y todos los bocaditos concebidos por la inventiva limeña para abrir el apetito. En el interior, enormes canastas y ramos de rosas, nardos, gladiolos, alelíes, claveles, apoyados contra las paredes, dispuestos a lo largo de las escaleras o sobre los alféizares y los muebles, refrescaban el ambiente. El parquet estaba encerado, las cortinas lavadas, las porcelanas y la platería relucientes y el doctor Quinteros sonrió imaginando que hasta los huacos de las vitrinas habían sido lustrados. En el vestíbulo había también un buffet, y en el comedor se explayaban los dulces -mazapanes, queso helado, suspiros, huevos chimbos, yemas, coquitos, nueces con almíbar- alrededor de la impresionante torta de bodas, una construcción de tules y columnas, cremosa y arrogante, que arrancaba trinos de admiración a las señoras. (Se trata de un texto del recién premiado con el Nobel, Vargas Llosa).
"Cuando regresara del bar, continuó, quería subir a mi habitación para que charláramos un poco. Convine con él en que así lo haríamos y fui a refugiarme en un par de vodkas que harían más fácil el diálogo con el cojo cancerbero. Muchas veces, en otras crisis semejantes, había recibido avances parecidos, hechos siempre por personas que tenían un inconfundible aire de familia con el portero. Casi hubiera podido anticipar cuál iba a ser, a grandes rasgos, la propuesta del hombre. Regresé a mi cuarto pasada la media noche y, poco después, oí sus pasos claudicantes. (Este es de Alvaro Mutis).
"A lo largo y a lo ancho del jardín se habían puesto mesas y sombrillas, y, al fondo, junto a las perreras, un enorme toldo protegía una mesa de níveo mantel, que corría a lo largo de la pared, erizada de fuentes con entremeses multicolores. El bar estaba junto al estanque de agallados peces japoneses y se veían tantas copas, botellas, cocteleras, jarras de refrescos, como para quitar la sed a un ejército. Mozos de chaquetilla blanca y muchachas de cofia y delantal recibían a los invitados abrumándolos desde la misma puerta de calle con piscosauers, algarrobinas, vodkas con maracuyá, vasos de whisky, gin o copas de champaña, y palitos de queso, papitas con ají, guindas rellenas de tocino, camarones arrebosados, volovanes y todos los bocaditos concebidos por la inventiva limeña para abrir el apetito. En el interior, enormes canastas y ramos de rosas, nardos, gladiolos, alelíes, claveles, apoyados contra las paredes, dispuestos a lo largo de las escaleras o sobre los alféizares y los muebles, refrescaban el ambiente. El parquet estaba encerado, las cortinas lavadas, las porcelanas y la platería relucientes y el doctor Quinteros sonrió imaginando que hasta los huacos de las vitrinas habían sido lustrados. En el vestíbulo había también un buffet, y en el comedor se explayaban los dulces -mazapanes, queso helado, suspiros, huevos chimbos, yemas, coquitos, nueces con almíbar- alrededor de la impresionante torta de bodas, una construcción de tules y columnas, cremosa y arrogante, que arrancaba trinos de admiración a las señoras. (Se trata de un texto del recién premiado con el Nobel, Vargas Llosa).
"Cuando regresara del bar, continuó, quería subir a mi habitación para que charláramos un poco. Convine con él en que así lo haríamos y fui a refugiarme en un par de vodkas que harían más fácil el diálogo con el cojo cancerbero. Muchas veces, en otras crisis semejantes, había recibido avances parecidos, hechos siempre por personas que tenían un inconfundible aire de familia con el portero. Casi hubiera podido anticipar cuál iba a ser, a grandes rasgos, la propuesta del hombre. Regresé a mi cuarto pasada la media noche y, poco después, oí sus pasos claudicantes. (Este es de Alvaro Mutis).
¿Sabía usted cómo son las cosas en "las isla de la libertad"?
"Rolando Colón, 48 años, chofer de un taxi particular está que trina. “Socio, es que no hay ni sal. Si a esto le añades que en el mercado estatal o en el negro tampoco hay aceite, arroz o pollo, entonces ya tenemos montado el drama. Todos los días salgo a manejar 12 horas y con dinero en mano no puedo comprar absolutamente nada, sólo algo de pescado, que de comerlo tanto creo que me van a salir escamas”, expresa de forma apasionada el taxista habanero.
Todos se quejan. Los alimentos esenciales han elevados sus precios en el mercado clandestino. El arroz, de 4.50 pesos (30 centavos de dólar) subió a 8 pesos (50 centavos de dólar) y la sal de 5 pesos a 10 una bolsa de un kilo. La carne de res y el pollo están desaparecidos en combate. El malestar en Cuba por lo arduo que resulta conseguir alimentos tiene a las personas con dolores de cabeza. No es para menos. Llevar un poco de comida a la mesa es una misión casi imposible.
Si tienes moneda dura tu suerte cambia. En las tiendas exclusivas en divisas aún se puede comprar carne, pollo, pescado, aceite. Pero los precios están por las nubes.
Un kilo de corte de filete de res supera los 22 pesos cubanos convertibles o cuc (530 pesos o 20 dólares); el de queso gouda 11 cuc (264 pesos o 10 dólares; un pedazo de jamón que está lejos de ser el de Jabugo, casi 10 cuc (240 pesos o 8 dólares). Y sigo con las cifras.
Un kilo de pescado ronda los 8 cuc (7 dólares o 200 pesos); el litro de aceite vegetal 2.15 cuc, el más barato (50 pesos o 2 dólares), y si le gusta la dieta mediterránea, entonces tiene que gastar una pasta, pues el litro de aceite de oliva cuesta 7.20 cuc (175 pesos o 6 dólares).
Carlos Henaldo, turista español, no puede creerlo. “Tío, es que la comida en La Habana es más cara que en Nueva York, joder ¿cómo cenan ustedes?”, señala con cierta intriga.
La respuesta se la puede dar Josefa Canales, 64 años, ama de casa. “Inventando, cada nuevo día que empieza, me siento con las dos manos en la cabeza y me pregunto ¿qué carajo vamos a comer hoy? Luego me calmo, y me pongo a improvisar. Mire usted, mis tres hijas y mi yerno, que tiene parientes en el extranjero, me dan mensualmente más de 120 cuc (100 dólares o 3 mil pesos) para comprar alimentos".
"El problema no es sólo de dinero. Es que en el mercado estatal en pesos apenas hay nada, y cuando llegan naranjas, papas o carne de cerdo, las colas son muy largas. Por supuesto, no puedo gastar toda la plata en comprar alimentos en divisas, pues no me alcanzaría para el mes completo. Si esto sucede en mi casa, donde tenemos una entrada de dinero superior a la media en Cuba, me imagino lo difícil que la deben estar pasando las personas que viven de su salario”, explica Josefa con una lógica contundente.
Otras familias como la de Donato Méndez, 56 años, obrero de una fábrica de acero y padre de dos hijos, se aprietan el cinturón y nada más pueden hacer una comida caliente al día. “Desayunamos café y un panecillo, a mí y a mi esposa ya no nos dan almuerzo en el trabajo. Con los 15 pesos que dan para almorzar, compramos huevos, pan o tomates para la cena, muy pocas veces carne de cerdo. Mis hijos cuando vienen de la Universidad siempre vienen hambrientos, para que calmen el apetito, les damos pan con tortilla y en la cena mucho arroz, frijoles, ensalada, si hay, y de vez en cuando, algo de carne”, señala Donato, un negro de manos grandes y callosas.
Como promedio, en la isla una familia se gasta el 80 por ciento que gana o recibe en comer. Y ni así uno puede asegurar que cenará lo que le apetezca. Si tienes familia al otro lado del charco, entonces comes un poco mejor, pero también tienes que destinar la mayor parte de los dólares a los alimentos.
La alimentación es y ha sido el gran problema sin resolver del gobierno de los hermanos Castro en más de 50 años. Su asignatura suspensa. En Cuba se vive para comer. Nada del otro mundo. Lo que se pueda." La ortografía y los giros gramaticales y léxicos del original se han conservado.
"Rolando Colón, 48 años, chofer de un taxi particular está que trina. “Socio, es que no hay ni sal. Si a esto le añades que en el mercado estatal o en el negro tampoco hay aceite, arroz o pollo, entonces ya tenemos montado el drama. Todos los días salgo a manejar 12 horas y con dinero en mano no puedo comprar absolutamente nada, sólo algo de pescado, que de comerlo tanto creo que me van a salir escamas”, expresa de forma apasionada el taxista habanero.
Todos se quejan. Los alimentos esenciales han elevados sus precios en el mercado clandestino. El arroz, de 4.50 pesos (30 centavos de dólar) subió a 8 pesos (50 centavos de dólar) y la sal de 5 pesos a 10 una bolsa de un kilo. La carne de res y el pollo están desaparecidos en combate. El malestar en Cuba por lo arduo que resulta conseguir alimentos tiene a las personas con dolores de cabeza. No es para menos. Llevar un poco de comida a la mesa es una misión casi imposible.
Si tienes moneda dura tu suerte cambia. En las tiendas exclusivas en divisas aún se puede comprar carne, pollo, pescado, aceite. Pero los precios están por las nubes.
Un kilo de corte de filete de res supera los 22 pesos cubanos convertibles o cuc (530 pesos o 20 dólares); el de queso gouda 11 cuc (264 pesos o 10 dólares; un pedazo de jamón que está lejos de ser el de Jabugo, casi 10 cuc (240 pesos o 8 dólares). Y sigo con las cifras.
Un kilo de pescado ronda los 8 cuc (7 dólares o 200 pesos); el litro de aceite vegetal 2.15 cuc, el más barato (50 pesos o 2 dólares), y si le gusta la dieta mediterránea, entonces tiene que gastar una pasta, pues el litro de aceite de oliva cuesta 7.20 cuc (175 pesos o 6 dólares).
Carlos Henaldo, turista español, no puede creerlo. “Tío, es que la comida en La Habana es más cara que en Nueva York, joder ¿cómo cenan ustedes?”, señala con cierta intriga.
La respuesta se la puede dar Josefa Canales, 64 años, ama de casa. “Inventando, cada nuevo día que empieza, me siento con las dos manos en la cabeza y me pregunto ¿qué carajo vamos a comer hoy? Luego me calmo, y me pongo a improvisar. Mire usted, mis tres hijas y mi yerno, que tiene parientes en el extranjero, me dan mensualmente más de 120 cuc (100 dólares o 3 mil pesos) para comprar alimentos".
"El problema no es sólo de dinero. Es que en el mercado estatal en pesos apenas hay nada, y cuando llegan naranjas, papas o carne de cerdo, las colas son muy largas. Por supuesto, no puedo gastar toda la plata en comprar alimentos en divisas, pues no me alcanzaría para el mes completo. Si esto sucede en mi casa, donde tenemos una entrada de dinero superior a la media en Cuba, me imagino lo difícil que la deben estar pasando las personas que viven de su salario”, explica Josefa con una lógica contundente.
Otras familias como la de Donato Méndez, 56 años, obrero de una fábrica de acero y padre de dos hijos, se aprietan el cinturón y nada más pueden hacer una comida caliente al día. “Desayunamos café y un panecillo, a mí y a mi esposa ya no nos dan almuerzo en el trabajo. Con los 15 pesos que dan para almorzar, compramos huevos, pan o tomates para la cena, muy pocas veces carne de cerdo. Mis hijos cuando vienen de la Universidad siempre vienen hambrientos, para que calmen el apetito, les damos pan con tortilla y en la cena mucho arroz, frijoles, ensalada, si hay, y de vez en cuando, algo de carne”, señala Donato, un negro de manos grandes y callosas.
Como promedio, en la isla una familia se gasta el 80 por ciento que gana o recibe en comer. Y ni así uno puede asegurar que cenará lo que le apetezca. Si tienes familia al otro lado del charco, entonces comes un poco mejor, pero también tienes que destinar la mayor parte de los dólares a los alimentos.
La alimentación es y ha sido el gran problema sin resolver del gobierno de los hermanos Castro en más de 50 años. Su asignatura suspensa. En Cuba se vive para comer. Nada del otro mundo. Lo que se pueda." La ortografía y los giros gramaticales y léxicos del original se han conservado.
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